Si hay algo que detesto, no solo en mi trabajo, sino en mi vida diaria, es la burocracia. Pero la burocracia no entendida como la entendía Max Weber, que es el cuerpo profesional de funcionarios y empleados que hacen que el Estado ande y la mar en coche. No, la burocracia entendida en el mal sentido, en el sentido peyorativo de que la máquina de impedir, la empleada pública al estilo de Gasalla, los requisitos absurdos, las prácticas sin sentido, todo eso. Y sí, de eso va la entrada, pero centrada en lo judicial, obvio.

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El Ministerio Pupilar y de la Defensa, que es donde trabajo, tiene dentro de uno de sus principios uno de los más hermosos que me gusta poner en práctica: “Eficiencia y Desformalización. El Ministerio Pupilar y de la Defensa será pro activo en evitar trámites innecesarios. Tomará acciones tendientes a hacer público y revertir todo funcionamiento burocratizado de los órganos del Sistema de Justicia Penal” (artículo 160 ter de la Ley 6238, conocida como Ley Orgánica del Poder Judicial). O sea, prácticamente es un llamado a la solidaridad de “evitemos los trámites inútiles”. Si bien hace mención a las prácticas burocratizadas del sistema de justicia penal (seamos sinceros, la defensa penal se lleva siempre todos los flashes), no veo por qué no aplicarlo al resto de los fueros. Amo aplicar ese artículo.
Por otra parte, hace mucho que lo leo, vaya la repetición, a Leo Piccioli. Recomiendo que, no sé, escuchen su podcast, se suscriban a su newsletter, está bueno. Es raro que lo recomiende porque Leo detesta a los abogados y lo ha dicho en numerosas oportunidades.
También es raro que yo lo lea, pero bueno, capaz que es porque hice un MBA y por ahí yo saco o intento sacar o copiar o plagiar muchas cosas que vienen de otros ámbitos ajenos a los jurídicos. Uno creería que debería estar leyendo jurisprudencia y doctrina todo el día, pero no es así. Todo lo contrario: muchas veces voy hacia otras áreas, me nutro o me intento nutrir de áreas o disciplinas totalmente diferentes al derecho.
¿Y entonces? Disculpas por el divague. Vuelvo al punto: Leo Piccioli sacó en uno de sus correos, una imagen muy linda que ahora la comparto, que es la de este pulpo. Y sí, obvio que es la burocracia.

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La verdad es que yo me sentí sumamente identificado con la imagen. Como dije, detesto la burocracia y detesto que se la alimente todos los días. Luego llega un día en que es tan grande, que nos termina ahogando a todos.
Además, creo que todos y los abogados más que nadie, estamos envueltos en burocracia. Pero por ahí los que formamos parte de una estructura, lo vemos mucho más. Todas las estructuras, todas las organizaciones, tienden hacia la simplicidad y muchas veces desde el Estado, en sus tres ramas, se avanza hacia lo contrario.
¿Por qué? No sé, quizás sea porque sea una tendencia que tenemos. Porque a la gente le encanta crear reglas y poner controles. Es decir, amamos decir “estamos formulando políticas”, “tengo criterios” y “mirá, hagamos un formulario y requiramos autorizaciones para tal trámite”. Todo eso, me parece (muchos me tildarán de ingenuo) son cosas que muchas veces no se hacen de mala leche, con mala intención.
Así es, tiendo a pensar que se hacen con la mejor de las intenciones, pero, como dice siempre uno de mis hermanos, “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”.
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Sé que, si hablamos de reglas, como abogados trabajamos con con reglas, con normas. Yo por mi parte siempre en este espacio me vivo quejando sobre los jueces que no cumplen las normas. Sí, pueden acusarme de positivista o formalista. No me importa, pero los jueces están para cumplir las normas, no para ponerse creativos. Deberíamos (y lo digo en general, no es que le hecho la culpa a los funcionarios, a los empleados, a los jueces o a cualquier otro integrante del sistema judicial), vacunarnos contra esa tendencia a la burocratización, a crear burocracias. Quizás así hagamos un sistema sin tanta burocracia.
Necesidad y utilidad. ¿Cómo vacunarse? Pues quizás habría que pensar antes de aplicar criterios, en forma previa a imponer una regla, a establecer un control, a requerir una autorización, a exigir un formulario o a formular una política. ¿En qué? Pues primero, en su necesidad. ¿Esto es absolutamente necesario? ¿Es útil? Quizás sea útil, pero no sea necesario. ¿Vale la pena alimentar al monstruo de la burocracia entonces?
Costo-beneficio. ¿Por qué lo vamos a hacer? ¿Para qué lo vamos a hacer? Estas son preguntas relacionadas con el análisis del costo-beneficio que, salvo contadísimas excepciones, nadie hace nunca. Y así la burocracia crece. O sea, supongamos que concluimos en que imponer un punto de control es necesario. Buenísimo. ¿Pero qué costo tiene y qué beneficio me da? Vamos con ejemplos concretos tribunalicios.
Esto yo lo aprendí, con la práctica en mi oficina. Al empezar a trabajar como defensor les pedía a mis colaboradores que me confeccionasen el escrito de demanda, luego lo leía y recién ahí lo hacíamos firmar por la parte. Con el tiempo me di cuenta de que eso implicaba, una monumental pérdida de tiempo, porque tenía que hacerlo yo y después la parte. Eran dos puntos, dos reuniones, no tenía sentido. Cambié y dije: “hagan la demanda, la hacen firmar por la parte, la veo luego yo y si hay que hacer algo, la modificamos y listo”.
Pero claro, eso exigía que la firme la parte. Nunca me puse a pensar si era necesario que firmase. Me di cuenta que no, puesto que me daban poder para hacerla yo. La firma de la demanda no tenía sentido. Así fui sacando prácticas innecesarias y ganando en agilidad y tiempo. Como dice Leo Piccioli, fui reemplazando la “C” de “control” por la “C” de “confianza”.
¿Otra experiencia? En un principio, yo firmaba todos los escritos porque así lo establecía la ley. Luego con una reforma se admitió que la gente que trabaja conmigo, que son los auxiliares, (básicamente sería como si en un estudio jurídico yo fuese el senior y los otros los juniors, todos con poder dados por los clientes, ponéle, para simplificar) pudiesen firmar escritos. Allí me di cuenta de que no tenía sentido que yo firmase todo. Entonces dije “toda esta cantidad de escritos, pum, firman los auxiliares”. Eso implicó se encontrasen autorizados para hacer una serie de actos en los que eliminamos punto de control que no tenían ningún sentido. Al mismo tiempo eso implicó que fuese más fácil avanzar, que fluya todo al eliminar puntos de control que en la práctica eran cuellos de botella.
Pasión por el control. Pienso que la gente tiene un afán por controlar todo, cuando hay cosas que, primero, son incontrolables, segundo, hay otras cosas sobre las que exigir o imponer un control no tiene ningún sentido.
En organizaciones piramidales como un viejo juzgado tenías el escrito que era despachado por un despachante. Luego subía al prosecretario, primer punto de control. Luego pasaba por el secretario, segundo punto de control. Y finalmente llegaba al juez, tercer punto de control. Por supuesto, suponiendo que los puntos de control leyesen lo que les iban pasando. En el medio, el escrito con el proyecto de resolución podía ir y venir mil veces con correcciones y demás. Quizás el beneficio era evitar errores, pero el costo de tiempo perdido era espantosamente alto. ¿Y todo por qué? Por la pasión por el control, sin análisis de costo-beneficio. Tal vez un poco por la inercia del siempre se hizo así.
Nuevas estructuras, mismo monstruo. Obviamente eso se debe ir cambiando con las famosas Oficinas de Gestión Asociadas, pero la burocracia es tan maravillosa y tan habilidosa, que se va acomodando los tiempos y se va adaptando.
Entonces, en esas oficinas no está el juez, pero está el coordinador, entonces vos tenés el pinche, el que está por arriba, el coordinador, el director. Un desastre, de nuevo toda una estructura burocrática que puede replicar o empeorar los mil controles que ya existían. En fin, hay que actuar con mucho cuidado para no terminar agrandando al monstruo.
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¿Qué puedo decir? Me encanta, me encanta intentar que ese principio previsto en la norma se concrete. Y, ojo, a veces la práctica de la burocracia en realidad, es “porque siempre lo hicimos así”, como dice una de las leyes tribunales. Por ejemplo, yo me acuerdo de las primeras cédulas digitales que me llegaban, lo hacían solamente con la parte resolutiva.
Entonces, empecé a plantear a los secretarios, “disculpáme, pero yo entiendo que vos me mandes una cédula en papel con la parte resolutiva, porque no te entra toda la resolución, pero ahora, me harías el favor de enviarme toda la resolución en la cédula, si total, da lo mismo, no hay limitación física del papel”. Ante mi pregunta: “¿Por qué no lo empezás a hacer?”, debo reconocer que muchos aceptaron la sugerencia. Y así me empezaron a llegar las cédulas digitales con toda la resolución completa.
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Por otro lado, otras cosas que me parecen espantosas son, los famosos “criterios”. En su momento escribí del famoso “criterio del juzgado” que yo detesto, pero contribuye sin duda muchísimo a la burocracia. ¿Desaparecieron los “criterios” con las OGAs? No. Todavía existen y siguen haciendo perder tiempo.
¿Vamos con un ejemplo? Un juez tiene una gran práctica. Cuando llega el dictamen del fiscal recomendando la concesión del beneficio de litigar sin gastos, él directamente en la misma resolución que tiene por recibido el dictamen, dicta la resolución del beneficio. Maravilloso.
¿Qué hacen los otros jueces? Eligen el camino más largo y tortuoso. Sacan un decreto que dice “pasa a resolver”. Después efectivamente pasa y después efectivamente sacan la resolución. Hacen muchísimos más pasos para hacer lo mismo. ¿Por qué no lo simplifican, con un criterio práctico? ¿O al menos se pusieron a pensar si ese criterio tiene fundamentos? ¿Si es necesario, útil o si cumple el análisis costo-beneficio? Bien, gracias.
Hay que ponerse a pensar. Y yo sé que ponerse a pensar es casi una actividad subversiva en ámbitos donde el verticalismo que impera muchas veces es extraordinario, tal vez mayor que el ejército. Pero entiendo que es una actividad indispensable y necesaria.
Si no queremos pensar, pues que el último apague la luz: pongamos robots, pongamos inteligencia artificial y cerremos todo.
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Muchas veces, con el afán de facilitar las cosas, las complicamos y bloqueamos. Por ejemplo, con los famosos formularios.
Hacemos un formulario. Ahora, cuando hay un caso que sale fuera del formulario ahí entran las complicaciones de exigir un formulario cuando vos no lo podés cumplir porque es un caso que se sale del formulario. La verdad que la idea es que el formulario sea una facilidad, pero no necesariamente que sea la única forma de hacerlo. Caso contrario, el formulario se transforma en un obstáculo. La forma así termina primando sobre el contenido. No quiero ser pájaro de mal agüero, pero esperemos que así no terminen los flamantes formularios para iniciar sucesiones (Acordada 134/25). De corazón espero que sirvan, pero me parece medio mucho que sean obligatorios. Hoy no le veo el sentido.
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¿Y los instructivos? Es otra cosa de las burocracias que son maravillosas: cuando se sigue al pie de la letra algo que es un instructivo, pero se lo extiende para otra cuestión que no está prevista en el instructivo. Entonces uno dice “no, no, escúchame, eso no puede ser así”. Y la respuesta, gélida, irreflexiva, monocorde, del burócrata es: “tengo que cumplir el instructivo”.
Obvio, el instructivo tiene limitaciones. ¿Por qué? Porque no previó todas las circunstancias, específicamente la situación que se está planteando y sin embargo lo siguen aplicando. Ningún instructivo lo podría hacer. Es la realidad.
Personalmente me pasó con un instructivo que sacaron hace poco y es aplicado por las oficinas de gestión asociada de manera impiadosa. Básicamente determinaron que, si el caso está en mediación, todo el expediente tiene que ser mandado para ahí y no se hace nada más que solamente sacar las cautelares. ¿Por qué? Porque lo dice el instructivo. El tema es que nadie se puso a pensar que el beneficio de litigar sin gastos es un incidente que puede tramitar aunque no tengas juicio porque así lo prevé la ley. ¿Entonces? “Lo reservo hasta que termine mediación porque el instructivo dice que solo me puedo dedicar a la cautelar”. Un despropósito absoluto. Podría ir ganando tiempo y obtenerlo, pero no, la burocracia judicial está empecinada en hacer que el instructivo sea cumplido más que la Constitución Nacional. Propuse que se modificara, explicando las razones. Sentado espero.
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Sí, es muy, muy complicado a veces luchar con la burocracia. Tampoco uno tiene que creerse el Quijote contra los molinos de viento, aunque a veces lo parezca. No porque uno sea el Quijote, sino porque es muy difícil mover a los jueces, funcionarios y empleados que están fijos como esos molinos de viento.
Obvio, el camino fácil, el no querer renegar, el no querer litigar, el no querer pelear, el abrazar la tranquilidad es tentador. Eso es el síntoma de que la burocracia nos está ganando la batalla. Estamos dando el brazo a torcer y no hay que hacerlo.
Obviamente, siempre y cuando sea beneficioso para nuestro cliente. Siempre y cuando no le causemos perjuicio. Porque si no, obviamente el pragmatismo termina ganando y diciendo, “bueno, más sí, me piden esta tontera la junto, total, es más fácil, no me voy a pelear”.
Hoy no, pero hay veces que necesitamos pelear. No hay otra. Caso contrario, estaríamos obviamente creándole nosotros un brazo nuevo a ese pulpo que es la burocracia judicial.