La innovación y las dos grandes leyes en tribunales

¿Cómo? ¿Innovación en tribunales? ¿No estaremos pidiendo mucho? ¿Y más leyes que las que tenemos? ¿Es en serio? La entrada, aunque no lo crea, trata sobre ambas cosas.

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Las organizaciones, sean empresas, oficinas públicas o el club de fútbol de la esquina, en general, son refractarias a la innovación y el cambio. Los seres humanos somos seres de costumbres, de rutinas, que con el tiempo conforman nuestra zona de confort, nuestra burbuja en la cual adquirimos seguridad. Imagine, somos una especie mamífera que pasó muchísimo tiempo de existencia intentando sobrevivir en condiciones sumamente adversas: somos los que nacemos de manera más indefensa y nos cuesta muchísimo lograr autonomía en comparación con otras especies. Hoy esto no nos parece tan lógico porque como especie conquistamos el planeta, a punto tal de extinguir otras especies y de poner en peligro el mismo planeta, si hacemos caso a lo que nos dicen algunas organizaciones.

¿Por qué los tribunales deberían ser distintos a otras organizaciones humanas? Al fin y al cabo, los seres humanos, como siempre destaca Jon Elster en varios de sus libros, aborrecemos la incertidumbre. Eso nos lleva a abrazar la certidumbre, lo rutinario. Pero esto lo hacemos incluso a costa de lo que, en teoría, Elster dice que amamos: la razón.

Es decir, a veces, como animales racionales, no somos mejores que los monos del famoso experimento con las bananas: llega un punto en el cual hacemos las cosas de determinada forma sin saber por qué motivo, razón o circunstancia lo estamos haciendo. Y eso, además de irresponsable en un punto, es hasta peligroso.

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Quizás sin tanto palabrerío sobre comportamiento, experimentos y Elster, el que mejor describió las dos grandes leyes que rigen la cultura de la innovación tribunalicia fue un colega en una entrevista radial que tuve oportunidad de escuchar hace unos años. Por supuesto, no recuerdo ahora la fuente, sino pondría el link.

La primera gran ley tribunalicia sobre la innovación es la famosa “Aquí siempre se hizo así” que en otros contextos la criticó Leo Piccioli, por ejemplo. Así, cualquier persona que se incorpore a cualquier oficina judicial y ose preguntar por el motivo que lleva a hacer la tarea de determinada manera (por ejemplo, ¿por qué le decimos doctor a los abogados en el mostrador?) lo más seguro es que se llevará como respuesta el latiguillo de la primera ley. Su interlocutor seguramente lo mirará extrañado y le responderá hasta con una mirada de “pobrecito, todo lo que le falta aprender”.

Esa ley, por supuesto, no es la mejor para la organización. Mata la curiosidad, la innovación, la creatividad y, por supuesto, la iniciativa. De más decir que elimina u obtura la oportunidad de saber, de crecer en el conocimiento por parte de las personas inquietas.

Es más, hasta incluso esta ley hunde sus raíces en los mismísimos jueces, que muchas veces se reclinan en la jurisprudencia para decir “aquí siempre se hizo así” al planteo que les toca resolver. Y no, no es una crítica a la doctrina del precedente bien entendida, sino a la práctica del copy and paste sin pensar, a la práctica del firmar sin leer, a la práctica del delegar la decisión y así sucesivamente: el siempre se hizo así se extiende como una mancha de aceite cada vez más difícil de sacar.

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La primera ley tribunalicia es la más marketinera y conocida. Está en el aire, como el derecho mismo, como decía Nino: es expansiva y rige con mano de hierro. Por eso es que la segunda ley tribunalicia sobre la innovación es menos conocida, pero igualmente nefasta, es la que dice “Aquí nunca se hizo así”.

Cualquier abogado que haya hecho algún planteo novedoso o haya puesto en crisis la postura tradicional de cualquier juzgado con nuevos argumentos o con un enfoque distinto del tema sabe de lo que le hablo. Y no hace falta irse mucho por las ramas con estrambóticos casos de películas, sino que bastan algunos que son bien del día a día. Así, por ejemplo, cuando se plantea un porcentaje en concepto de alimentos muchísimo mayor a lo que usualmente los juzgados fijan o cuando se pide una indemnización por daños y perjuicios abultada a la luz de los parámetros del caso. También está, por supuesto, el planteo de inconstitucionalidades de leyes anacrónicas, como las que comenté acá.

La respuesta en todos esos casos deprime y desalienta al litigante, quien ve azorado que todo su trabajo choca con la respuesta inflexible y automatizada de la segunda ley en pleno acto.

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Cambiar las cosas por el solo hecho de hacerlo o de poder hacerlo no es una buena práctica. No hay que ser tan ingenuo y querer cambiar la rueda, por supuesto. Sin embargo, el hacer lo mismo una y otra vez porque siempre se hizo así y rechazar las propuestas de cambio porque nunca lo hicimos así, definitivamente no son normas que deberían formar parte de la cultura de cualquier organización.

Sí, se podrá decir que tribunales es especial, que tiene sus propias particularidades y demás. Sin embargo, están insertos en el mundo que cambia cada vez más rápido. A veces no nos damos cuenta, pero los cambios tecnológicos son cada vez más veloces. Y aunque no lo crean, también terminan impactando en los vetustos tribunales. Quizás algunos sean al principio cosméticos, como cambiar expedientes en papel por archivos PDF, decirles “asistentes de doctrina y jurisprudencia” a los relatores, suprimir casilleros físicos por digitales, pero con el tiempo, aunque no nos demos cuenta muchísimas prácticas se termina por modificar.

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Al margen de tribunales, ante la pregunta de por qué se hacen así las cosas, “porque siempre se hizo así” no es una respuesta válida. Sobre todo, en el ámbito tribunalicio, donde gran parte de la actividad está reglada con normas que tenemos que cumplir o, incluso, estamos obligados a hacer cumplir.

Por supuesto, está en cada operador adherirse a las grandes leyes tribunalicias o combatirlas. Algún tiempo atrás pensé colgar en la oficina un cartel que dijese: «En esta oficina frente a la pregunta ¿Por qué se hacen así las cosas? no aceptamos como respuesta «Porque siempre se hizo así». Frente a la pregunta ¿Por qué no se hacen de tal manera? tampoco aceptamos “Porque nunca se hizo así”».

Nunca lo hice. Con el tiempo aprendí que más allá de lo escrito está lo práctico. Por eso aspiro a que en el quehacer diario actuemos de esa forma. Siempre digo que el día en que, en vez de dar una respuesta con sentido, lo hagamos con las leyes tribunalicias, habremos, sin duda, perdido el norte. Lo bueno es que es fácil volver a la senda marcada, ¿o no?

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