Entre la miel y la hiel, entre gotas y barriles

Hace ya bastante tiempo se me recomendó aplicar un viejo dicho a mis escritos. Me parece que también aplicaba a la forma de litigar. ¿El consejo estaba en lo cierto?

No digo nada nuevo al decir que hay formas y formas de litigar. Hay algunas que son más, por así decir, “amistosas” y otras que son más “a cara de perro”. Alguna vez un juez me dijo que yo litigaba siempre al borde de la sanción y la mala fe. Por supuesto, yo no lo veía así, pues entendía que litigaba haciendo uso de todos los recursos que me daba la ley. Nada más, pero tampoco nada menos.

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Alguna vez escribí sobre los asimétricos plazos judiciales que solo son improrrogables para los litigantes, mientras que para los jueces son meramente opcionales. Es una de las realidades que más aborrezco del litigio diario.

Si a ese aborrecimiento le uno la convicción de usar todos los recursos a mi mano, no me fue extraño siempre ejercer ante la mora judicial en el cumplimiento de los plazos, la queja por retardo de justicia. Sobre todo, en el fuero de familia, que, uno sabe, tiene sus demoras si no se lo apura. Si un juez o jueza se demoraba en proveerme un pedido más allá del plazo legal, presentaba una queja por retardo de justicia. Lo sigo haciendo al día de hoy, pero con menos frecuencia.

¿Por qué? Pues porque a fuerza de quejas tras quejas, debo confesar que los juzgados mejoraron un montón en cuanto a los plazos. ¿En serio? Sí, lo hicieron a tal punto que tuve que ir al juzgado a preguntar qué es lo que habían cambiado porque habían pasado de ser un desastre a ser un auto de Fórmula 1 (sin chocar, obvio).

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La estrategia recursiva era molesta. Sí, un incordio para los jueces que debían hacer informes de por qué no cumplían los plazos. En general los jueces están acostumbrados a pedir informes, no a hacerlos.

Cuestión que en uno de los tantos informes producto de mis quejas, la jueza dijo que no esperaba de mí ningún tipo de sensatez ni decoro en el ejercicio de mi función. Me pareció un poco mucho que me diga eso así que lo puse a la consideración cortesana.

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La jueza criticó mi estrategia de quejarme por todo retraso. En especial caracterizó que todas las quejas eran por problemas de fácil solución. ¿Ejemplos? Decretos que tenían demora de cuatro días. Sí, la verdad que visto en perspectiva, parecería que estuviese exagerando. ¿Es que al pretender la aplicación literal de la norma uno está loco? Para muchos la estrategia causaba un dispendio jurisdiccional porque las quejas por retardo de justicia siempre quedaban abstractas. La verdad es que el objetivo no era de ninguna manera que me dieran la razón en las quejas. Lo que uno quiere cuando litiga es velocidad, que los plazos se cumplan, que las resoluciones salgan. Y en cada una de esas quejas, el objetivo se cumplió: por más que la jueza estaba ofuscada e irritada por ponerse a hacer un informe en cada caso, yo estaba contento porque había obtenido la resolución demorada.

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Por supuesto, la literalidad la hago valer porque está de mi lado. La norma dice en tantos días debe hacerse esto y punto, debe hacerse. No hay flexibilidad que valga como principio ni nada por el estilo al momento de litigar si un plazo está de nuestro lado. Uno hace lo que conviene con lo que tiene, con las herramientas que están a mano.

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¿Che y qué tiene que ver la miel, la hiel, las gotas y los barriles? Al pasar, en un informe, la jueza se tomó la atribución de recomendarme un cambio en mi estilo de escritos, para hacer “un sustancial aporte al sistema comunicacional”. ¿Qué me sugirió? Pues que aplicara el dicho “Hace más una gota de miel, que un barril de hiel”.

Si bien fue para los escritos, es aplicable a los estilos de litigio. ¿Conviene ir a hablar para que me saquen esta resolución? ¿O conviene presentar una queja por retardo de justicia? ¿Probamos la primera ya en otra oportunidad? ¿Tuvimos éxito? ¿Nos escuchan? ¿Nos escucharon? ¿Contestan? ¿No contestan? ¿Me van a tener contemplaciones del estilo que yo les estoy teniendo?

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La verdad que cuando leí la recomendación y el refrán, me pareció ingenioso. Curiosamente alguna vez usé un refrán en un escrito con la misma jueza y terminé advertido de que me iba a sancionar si seguía siendo impertinente pues debía cumplir en mis escritos judiciales con los deberes que mandan el decoro, la probidad y la buena fe.

Pero al margen de las chicanas, la frase me dejó pensando y lo hablé alguna vez en la oficina. ¿Vale la pena intentar con alguna gota de miel? ¿Es necesario siempre tirar un barril de hiel? La verdad es que el litigio es tanto para guerreros de la luz como para gladiadores. Alternar entre ambos es todo un arte. Lo mismo se aplica para la hiel y la miel. No quiero que se me caracterice como un fanático de la hiel. A veces elijo la miel, pero tampoco aspiro a ser Winnie the Pooh.

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Jamás le contesté a la jueza ese refrán y todo terminó en una acordada con una recomendación obvia y superflua. Sin embargo, en ese momento recuerdo que en la oficina expliqué que en el día a día yo pruebo con una gota de miel. En algunos casos llegué a probar con un barril de miel. Ahora, si con eso no hay eco de la otra parte, no esperen de mí un barril de hiel, sino una hilera de camiones llenos de ellos que repartiré abrazado a la literalidad. Al fin y al cabo, con el diario del lunes, la estrategia produjo resultados.

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