Con la excusa de la lectura del artículo Por qué los abogados son infelices, de Martin E.P. Seligman, Paul R. Verkuil y Terry H. Kang, que es de noviembre de 2001 (sí, hace casi 23 años), me permito ser un poco más optimista con el ejercicio de la profesión.

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El artículo lo analizó Gustavo Arballo, acá, en 2007. Ha pasado, como se dice, mucha, muchísima agua bajo el puente. ¿O no? Piense todo lo que pasó entre 2001 y 2024: Ipod, Iphone, Netflix, Spotify, WhatsApp, Facebook, Instagram, Messi campeón mundial juvenil y de mayores, Chat GPT y demás. Realmente, mucho.
En aquel entonces el artículo decía que el problema de infelicidad de los abogados no era en gran parte, económico. O sea que sí había plata.
Por supuesto, el artículo habla desde la experiencia estadounidense y está lejos de nuestra realidad ¿tercermundista? ¿Cuántas cosas puede tener un abogado de Nueva York con uno de Córdoba o Tucumán? ¿Cuán lejos estamos los abogados tucumanos del dúo de Harvey y Mike en Suits?
Dejemos de soñar. Supongamos que, a contramano de los tiempos que corren, que sí hay plata. ¿Entonces? ¿Cuál es el problema? ¿Acaso la plata no hace la felicidad? Cierto, no la hace. Ah, no, la compra ya hecha. En fin, parece ser que los abogados no son tan materialistas como Jeremy en esta escena de Indecent Proposal (1993).
Sin embargo, como grandes enemigos de su felicidad, de acuerdo al artículo, tenemos el pesimismo, el escaso poder de decisión y los juegos de suma cero. Vuelvo a leerlo y me permito ser un poco optimista de cómo encarar esos desafíos en el día a día para no entristecernos cuando ejercemos.
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El primer obstáculo para la felicidad es el pesimismo según el artículo. Los abogados, así como en tribunales cumplen con la famosa ley “siempre se hizo así”, aparentemente abrazan la famosa ley de Murphy, que indica que “si algo puede salir mal, saldrá mal”.
En realidad, el pesimismo es solo una herramienta de trabajo. Y, en realidad, no es tan malo después de todo. ¿Por qué? Claudio Zuchovicki lo explica mejor cuando nos dice “lo incierto es peor que lo malo”. Ante lo incierto, ante la incertidumbre, uno no sabe qué hacer. Sin embargo, ante lo malo, uno puede prepararse, pensar, desarrollar soluciones creativas, etc.
¿Y es que eso no es lo que hacemos los abogados? Pensemos. Un abogado muy malo reacciona. Un abogado malo previene. Un abogado mediocre previene y planifica. Un abogado bueno previene, planifica y prepara un curso de acción. Un abogado muy bueno previene, planifica y prepara cursos de acción alternativos. Un abogado excelente previene, planifica, prepara cursos de acción alternativos y los evalúa según la probabilidad de acaecimiento y éxito que pueden llegar a tener. Todo eso, sin el pesimismo, no podría ser posible.
Manejar diferentes escenarios situacionales es parte de la profesión. Si simplemente lo encaramos como una herramienta de nuestro trabajo, no veo que pueda ser obstáculo en nuestra felicidad. Ahora, si lo desparramamos por toda nuestra vida, en nuestros diversos ámbitos, seguro que nos llevará a la infelicidad.
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Hay que admitir, aunque nos cueste creernos protagonistas de la película, que en realidad los abogados somos meros actores de reparto. Los protagonistas son los clientes. Y sí, es frustrante muchas veces en las cuales uno no puede decir más que “no tengo instrucciones” cuando según su propio criterio profesional tendría una variedad de cosas para decir. Hay que aceptar nuestras limitaciones.
Sin embargo, aceptar las limitaciones y moderar las expectativas no significa que los seniors acentúen las primeras y eliminen directamente las segundas respecto de los juniors. ¿Es que acaso no pueden crearse distintos círculos de tomas de decisiones para que estos las tomen por sí mismos? Quizás paulatinamente y siempre respetando al cliente. Al fin y al cabo, son colegas, no niños de cinco años de un jardín de infantes.
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Sí, es verdad que los abogados tendemos a vernos como gladiadores más que como guerreros de la luz. Nos jugamos todo en pleitos “a matar o morir”. Nuestra formación se orienta al litigio y al todo o nada. Sin embargo, han pasado muchos años desde que se escribió el artículo. En la práctica diaria, por supuesto, puedo equivocarme, veo cada vez más un avance en el ejercicio profesional hacia un modelo win-win que deja atrás los juegos de suma cero, a pesar de que el litigio se encuentre encarnizado. ¿No será que la formación de los litigantes está cambiando?
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En conclusión, en un contexto donde no hay plata, el pesimismo, el estrecho margen de decisión y los juegos de suma cero, me parece, no deberían ser hoy obstáculos para que los abogados continuemos ejerciendo nuestra profesión al mismo tiempo que seamos felices. Con el tiempo, espero ver un artículo titulado: Al final, los abogados no somos tan infelices después de todo. ¿Será?
Impecable, como siempre. Y alentador, esta vez.
Reflexiono: cada vez es más difícil lograr ser un excelente abogado, pues el rol de “pronosticador” (la evaluación de los cursos de acción alternativos, de la que hablas) está muy jaqueado por una judicatura casi imprevisible.
De todos modos, aún en el casino hay posibilidad de evaluar alternativas.
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¡Gracias! Y sí, la imprevisión va ganando territorio a montones. Linda frase la del casino, ja ja.
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