Cuando la Corte Suprema de Justicia de la Nación sacó la ¿infame? Acordada 4/07, mi por entonces profesor de Derecho Constitucional afirmó que el tribunal promovía un “minimalismo estilístico” para los abogados. Casi veinte años después, el minimalismo es enfocado en los jueces, gracias a un decálogo de Manuel Atienza del cual pretendo sacar varias enseñanzas.

En el ámbito del derecho, donde, merced a la tecnología y al copy and paste, los abogados y jueces hemos sido absorbidos por la tendencia a ser largueros y farragosos, que alguien hable de minimalismo, como lo hace Atienza, es siempre bien recibido. El profesor español titula “Decálogo minimalista” a sus diez recomendaciones y aclara que es “una propuesta motivada por un curso de argumentación jurídica celebrado en septiembre de 2022 en la Corte Constitucional de Colombia”.
Sin embargo, luego de leerlas, me de di cuenta que gran parte de ellas son aplicables al litigio por parte de los abogados o a los tribunales colegiados en general, no solo a los tribunales constitucionales.
En fin, paso a comentar desde mi perspectiva (irresponsablemente, por supuesto) el decálogo de Atienza. Los que quieran ver el texto original de corrido, sin mis sandeces en el medio, pueden hacerlo acá, en su blog.
1. Multiplica argumentos solo si es necesario
“No multipliques los argumentos sin necesidad”.
¿Quién no ha leído alguna sentencia que dice la famosa frase “a mayor abundamiento” para empezar a dar más argumentos en favor de la solución cuando los anteriores bastaban? El primer consejo es evitar esa mala costumbre como la peste. ¿Y los abogados? La cuestión se relaciona con la litigación, la teoría del caso y la credibilidad. Aunque nos cueste, debemos dejar de lado la argumentación tipo cascada o contradictoria del estilo: “él no fue, pero si dicen que fue, era inimputable, pero si dicen que era imputable, no lo hizo a propósito, pero si dicen que sí fue a propósito, le tienen que poner menos pena porque…”. Cuesta “casarse” con un argumento, con una línea de argumentación, pero la necesidad manda.
2. Elige simplificar
“Cuando existan dos o más procedimientos argumentativos para llegar a una conclusión, elige el más simple”.
Amo este consejo. La simplificación manda. Si hay dos caminos para llegar a un lugar, no hay dudas que elegiremos el más corto, aunque sea por la ley del menor esfuerzo. Lo mismo debemos aplicar a sentencias y a escritos o a recursos. ¿Por qué dar tantas vueltas si lo podemos defender mejor haciéndola corta y simple? La cortemos con elegir razonamientos complejos e innecesarios. Si tenemos la opción de un argumento que puede desarrollarse de manera más simple, lo abracemos y dejemos de lado el otro.
3. Piensa primero, escribe después
“No empieces a escribir el texto definitivo de la sentencia hasta que tengas un esquema suficientemente claro y completo del iter argumentativo”.
Este consejo es casi que una invitación a pensar primero y a escribir después. Casi que Couture, que decía que el derecho se ejerce pensando, estaría orgulloso. En tiempos acelerados donde queremos encarar la tarea lo antes posible, “parar la pelota” para desarrollar el esquema de plan de juego, es, sin duda, un gran consejo. No hay por qué empezar a escribir si no se tiene idea de qué es lo que vamos a decir y cómo lo haremos. Así, seguro que no vamos a convencer a nadie.
4. Dialoga para clarificar, no para alargar
“Usa el diálogo con tus colegas para clarificar lo que vaya a ser el texto definitivo de la sentencia, pero no para volverlo más largo”.
¡Ah los tribunales colegiados! Todo un tema. Alberto Binder dice que la deliberación en ellos ha desaparecido. Me parece que razón no le falta. Pero supongamos que de alguna manera la traemos de vuelta. Supongamos que integramos un tribunal en donde los jueces intercambian pareceres sobre los casos que tienen que resolver. Acá Atienza supone que se ha llegado a un acuerdo sobre la decisión del caso: “A gana y B pierde”. El tema es luego que hay que escribir la decisión con sus fundamentos. De vuelta, debe continuarse el diálogo, pero no sobre cualquier cosa. No debe ir encaminado a sumar palabras, párrafos y citas que engordarán innecesariamente la sentencia. No, de ninguna manera. El diálogo debe servir para que el texto sea más claro. No puedo no estar de acuerdo con este consejo y, es más, lo extendería a los abogados. ¿Cómo? Pues haciendo que hagan leer sus escritos o recursos por otros colegas. La visión de otros, en general, nos enriquece y nos hace ver oscuridades donde antes creíamos que brillaba la luz.
5. Ten en cuenta al lector
“Escribe pensando que la sentencia va a ser leída no sólo por tus colegas o por los juristas interesados por los temas allí tratados sino, sobre todo, por un ciudadano de cultura media que quiere comprender con la mayor facilidad y rapidez posible la decisión y su fundamentación, y que está dispuesto a ser persuadido por los mejores argumentos”.
Me gustaría decir que acá nos dice “no escribas como abogado” pero tampoco es cuestión de exagerar. A veces nos perdemos en tecnicismos, arcaísmos, latinismos y, ciertamente, un lenguaje críptico e incomprensible. Tanto jueces como abogados debemos tener en cuenta que podemos escribir mejor, para que los lectores nos entiendan y, aunque no se crea, sin dejar de lado las cuestiones técnicas de nuestro ámbito.
6. Evita las decisiones declamatorias
“Evita tomar decisiones puramente declamatorias: que no puedan llegar a ser ejecutadas por circunstancias fácticas o normativas fácilmente previsibles”.
Tremendo consejo este, diría que hasta consecuencialista. Los jueces deben ser previsores. No pueden hacer futurología, pero seguro pueden prever varios escenarios vinculados a la decisión que están tomando. He allí el antídoto para evitar que sus decisiones queden en meras palabras bellamente escritas, pero frías y muertas. El derecho, sin ejecución, muere cada día.
7. El consenso vale que te esfuerces por él
“Esfuérzate por alcanzar el consenso: por lograr una decisión y una fundamentación de la misma que no genere salvamentos o aclaraciones de voto, o que reduzca al mínimo esa posibilidad”.
Este consejo va en contra de una epidemia ¿de egos? que se ha extendido más rápido que la peste bubónica: todos quieren “hacer la suya”, hablando mal y pronto. Hoy es común, sobre todo en las cortes supremas, observar votos separados, votos concurrentes, disidencias, disidencias parciales y la mar en coche. Así tenemos decisiones kilométricas donde es incluso muy difícil entender cuál es la mayoría. En el medio, uno, si está dispuesto a recortar y pegar el rompecabezas que es la sentencia, descubre repeticiones innecesarias de texto, como cuenta Santiago Legarre con el caso “Arriola” en esta entrevista. ¿Por qué pasan estas cosas? Tiendo a pensar porque no se sigue el consejo de Atienza, que, en el fondo, no es más que llevar a cabo una deliberación y construir consensos. Aunque hoy tenga mala fama el consenso, los litigantes, que tenemos luego que invocar precedentes, agradeceríamos si estos vienen cada vez más uniformes, sin tantos aditamentos ni “por su voto”. Ah sí, la famosa seguridad jurídica también.
8. Fundamenta profundamente, pero también necesariamente
“No lleves a cabo una motivación que suponga entrar en niveles de fundamentación que sean más profundos de lo estrictamente necesario para justificar suficientemente la decisión”.
Este consejo también les cabe a los abogados. Recuerdo con sorna que alguien contaba que un abogado había presentado un escrito de como quince páginas… ¡para pedir copias del expediente! Lo mismo se aplica a los jueces, que muchas veces se encuentran copiando y pegando largas citas de jurisprudencia y doctrina absolutamente innecesarias, pues les habría bastado citar un artículo del código para que la decisión que toman se encuentre justificada.
9. Elimina las tesis ideológicas controvertidas innecesarias
“No asumas tesis ideológicas que sean controvertidas en el espacio social y dentro del tribunal, y que resulten innecesarias para justificar la decisión”.
¿Para qué te metés en camisa de once varas? ¿Por qué jueces y abogados nos complicamos la vida innecesariamente? El consejo es sabio: si no es necesario para justificar lo que estás haciendo, evitálo.
10. No te subas al pony
“Un tribunal constitucional tiene que ser algo más que un legislador negativo, porque en ningún caso puede renunciar a cumplir con su función esencial: garantizar los derechos fundamentales de la gente. Pero debe hacerlo sin transgredir el Derecho, respetando los límites constitucionalmente establecidos, lo que en algún caso puede significar renunciar a tomar la decisión que, en abstracto (si no existieran esos límites institucionales), pudiera parecer la más justa. Los jueces constitucionales no pueden convertirse en los nuevos señores del Derecho”.
Es difícil para los jueces tentarse y tomar la decisión que entienden más justa para resolver el caso. Sin embargo, deben entender que deben tomar la decisión en el marco de los límites normativos, especialmente constitucionales. No son legisladores, aunque en mi práctica diaria, observo que muchos se suben al pony y se olvidan de esos límites. Ojo, alguna vez ese mismo consejo se nos dio a los abogados, que tampoco debemos creernos dioses (La Gaceta, 27/09/11).
***
Este decálogo de Atienza es, ciertamente, maravilloso y transpira practicidad, utilidad, sentido común. Espero que jueces y abogados puedan sacarle el jugo y ponerlo en práctica. Si ambos lo hacemos, sin duda tendremos un mejor foro.
Brillantes consejos. Utiles para mundos que exceden del forense, incluso.
Aunque no puede dudarse que el minimalismo que el decálogo de Atienza promueve tiene, como los defectos que procura erradicar, matriz estilística, estética; pero entreveo que en el enraizamiento de tales vicios hay algo que va más allá de lo formal.
Aludo a que, en buena medida, son consecuencia también de la inexistencia de convicción real respecto de que la jurisdicción (como «heterocomposición» de la controversia) y el proceso (como actividad para llegar a ella) funciones como herramientas para alcanzar los resultados debidos y esperables, todo lo cual provoca que jueces y abogados, en cierto grado, se perciben recíprocamente como adversarios. De allí, el modo de argumentar.
Transcribo una referencia a CALAMANDREI que leí en un prólogo escrito por BULIT GOÑI. Hablaba CALAMANDREI, dice el prólogo, todavía impactado por su reciente experiencia procesal en Inglaterra, y destacaba cómo en la apariencia de las formas del proceso inglés se destacaban la solemnidad y el ritualismo, mientras que en la realidad de los hechos y en la sustancia prevalecían la simplicidad, la confianza recíproca entre los protagonistas, la buena fe, la fe del hombre en el hombre, el respeto; y, continúa BULIT GOÑI, diciendo que CALAMADREI contrastaba tales dones con los caracteres del procedimiento en Italia fundado en la desconfianza.
A esto aludo: desconfianza entre jueces y abogados, entre abogados y partes, entre abogados y abogados, entre jueces de diferentes instancias, y un largo etcétera.
Me gustaMe gusta
¿Y cómo no desconfiar? Hasta la ciudadanía desconfía. El Poder Judicial tiene un 80% de imagen negativa. Mittermaier al igual que Calamandrei destaca esa simplicidad inglesa. Deberíamos imitarla más. Eso sí, hay que aprender que jueces y abogados no son adversarios. Sin embargo, cuesta.
Me gustaMe gusta