“¿Una sola? ¡Los jueces viven confundidos sobre los plazos!” Es una reacción que podrían tener y, la verdad, estaría plenamente justificada. Los plazos y los jueces nunca se llevaron bien.

Un amigo creo que me dijo alguna vez, que un amigo de él encuentra la diferencia entre Estados Unidos y Argentina en cómo valoramos de manera distinta las instituciones y las personas. Así, le decía este amigo, en Estados Unidos uno confía más en las instituciones que en las personas. En cambio, en Argentina es al revés, uno confía más en las personas y descree de las instituciones. No sé si será tan así, pero algo de eso podría explicarse por la confusión que tendemos a tener o a vivir entre instituciones y personas.
Si mal no recuerdo, creo que en Derecho Civil 1 me enseñaron que las personas son distintas de las instituciones y las instituciones de las personas. O, más propiamente dicho, las personas jurídicas de las personas físicas, que las conforman o lo integran. Incluso, tienen patrimonios distintos.
Siempre, siempre se explicó eso. Pero todavía cuesta entenderlo y más les cuesta a los jueces. Voy con un ejemplo, que me pasó hace poco, que no lo podía creer.
Humanidad judicial
Ojo, lo anterior también tiene relación con que los jueces son seres humanos, aunque muchas veces crean que son más, crean en su apoteosis. Y con que los jueces deben cumplir las normas, por más que a veces pueden abusar de ellas para tener plazos asimétricos en comparación con los abogados.
Dije que los jueces son seres humanos. Sí, como los abogados. Son seres humanos que tienen padres, madres, una familia. Muchas veces tienen hijos o adoptan hijos. Otras veces se enferman, como cualquier ser humano.
Otras veces incluso estudian, se capacitan y rinden exámenes. O se les muere la suegra, o se les muere el suegro, o se les muere el padre o la madre. O tienen al hijo enfermo y deben cuidarlo.
Es parte de la humanidad que nos pasa a todos. Porque, aunque no lo crea mucha gente, los jueces son seres humanos. O sea, van a hacer las compras en el mismo supermercado que quizás hacemos muchos de sus vecinos.
El punto
¿Cuál es el punto? Bueno, el punto es que cuando pasa eso, es decir, cuando un juez se enferma o tiene el hijo enfermo y no va a trabajar, la misma norma prevé cual es la solución, porque el juez es la persona, pero el juzgado, la institución, la justicia, no para, sus engranajes siguen trabajando. Y el tiempo no se detiene para el resto del mundo porque a él se le haya enfermado un hijo. De la misma manera que los tiempos no se detienen si un abogado se enferma.
Ningún abogado puede decir “no, disculpe, yo no pude presentar el recurso en tiempo porque estaba enfermo”. Menos todavía podrá plantear la suspensión de los plazos procesales porque estaba enfermo. O porque se le murió el suegro y estaba de duelo.
No, disculpe, yo no pude presentar el recurso en tiempo porque estaba enfermo.
Sin embargo, hace poco, en una serie de casos que tuve, una jueza se tomó licencia. No sé por qué motivo. Puede haber sido por compensación de feria, porque trabajó en una feria y bien ganado se lo tenía al descanso compensatorio. Ese no es el punto.
¿Entonces? Pues que el juez que la reemplazaba en esa serie de casos sacó una resolución diciendo…
Bueno, atento a que la jueza natural está de licencia, voy a suspender los plazos para dictar sentencia en este caso hasta que ella vuelva.
¿La norma que justificaba eso? Te la debo. Obviamente, a mí me pareció una barbaridad y planteé el recurso correspondiente en todos los casos que me tocaban. ¿El argumento? Algo así como:
Disculpe, pero la institución es una cosa, la persona es otra y no hay norma que lo autorice a hacer lo que está haciendo, sino más bien lo contrario.
En efecto, no había norma alguna que avalase eso, no había un acuerdo de partes sobre la suspensión y por supuesto, no había una situación grave para disponer la suspensión. Lo más importante es que está previsto que cuando falte un juez, otro lo reemplace. Así como yo, si tengo un hijo enfermo y no voy a trabajar porque me tengo que cuidar, o tengo que ir al médico, o tengo que ir al hospital, o tengo que ir al sanatorio, seré reemplazado por algún colega que me subrogará.
¿Por qué? Porque no se puede parar. O sea, yo no puedo pretender que todos los procesos en los que yo intervengo como abogado, como defensor, como demandante o como demandado, se suspendan porque tengo un hijo enfermo. No lo prevé así la ley, sino que prevé la modalidad de reemplazo correspondiente por mi colega. No importa si ese colega no ha llevado el caso, así lo prevé, punto, tiene una solución.
La revolución y la organización
De vuelta, como siempre digo, lo más revolucionario acá es aplicar la ley, aplicar la norma. No sé qué suerte tenga, obviamente el recurso fue rechazado, reabrieron los plazos, me rechazaron la apelación y la queja por la apelación denegada todavía está en trámite. Pero lo más importante que quiero marcar acá es una cuestión cultural, que es que básicamente los jueces creen que están más allá de las normas. O, al menos, sus prácticas evidencian una cierta tendencia en ese sentido. Para decirlo más claramente, creen que la conveniencia, su conveniencia, básicamente forja derecho y avala decisiones que toman en beneficio propio.
Yo creía que los jueces tenían que aplicar la constitución y las leyes que en su consecuencia se dictan. En fin, que tenían que aplicar el derecho, más allá de sus conveniencias. ¿No es por eso que juran? Ingenuo, evidentemente no, me faltó escuchar una parte más del juramento. A todo esto, los que peor están son los abogados litigantes que ejercen la profesión porque la ley que regula sus licencias es muy restrictiva.
Sin embargo, quiero creer que, en la práctica, cuando un cliente contrata con un estudio jurídico, en general lo hace con el todo, más allá de que un profesional sea la cara visible. La organización del estudio, uno supone, permitirá que, si le pasa algo a algún abogado, otro pueda reemplazarlo a lo largo del proceso.
Bueno, entonces es como decía el general, al final tenía razón, la organización vence al tiempo.
Tal vez allí esté la clave. En la organización. Como le dije a un conocido que justamente se jactaba de que podía confiar en que se iban a resolver las cosas pendientes aunque él no estuviese a cargo de la oficina: “bueno, entonces es como decía el general, al final tenía razón, la organización vence al tiempo”.
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