La obsecuencia judicial

En rigor de verdad, la obsecuencia es un peligro en toda organización y con mayor razón para sus líderes. Sin embargo, en tribunales tiene sus particularidades.

El Diccionario de la Real Academia Española define la obsecuencia como “sumisión, amabilidad, condescendencia”. Sin embargo, el sentido de lo que significa realmente esa conducta en el día a día no sé si se capta mejor con una anécdota que en su momento me contó mi papá.

No sé cómo, pero en algún momento le pregunté a mi papá, “Papá, ¿qué es la obsecuencia?”. Mi padre, fervoroso antiperonista, me miró y me contestó lo siguiente: “Mirá, Perón como presidente todos los días se reunía con los presidentes de Diputados y Senadores. Antes de empezar la reunión le preguntaba a Cámpora la hora. ‘Camporita, ¿qué hora es?’ Y Cámpora respondía, fuerte y claro: ‘La que usted diga, mi general’. Eso es la obsecuencia hijo”.

Más allá del sesgo antiperonista, la anécdota, sea histórica o no, sino solo un cuento creado por un padre para su hijo, hizo concreto para mí el concepto del diccionario.

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En toda organización, la obsecuencia es un peligro. Pero en tribunales, sobre todo para los que tienen puestos formales de liderazgo, es especialmente peligrosa. Es que, lamentablemente, puede llevar a que aquellos que se encuentran en los puestos más altos en una organización verticalista como lo es tribunales (sí, lo sigue siendo pese a tantas OGAs y demás, no nos engañemos) se desconecten de la realidad. O no adviertan sus errores a tiempo. Y no puedan cambiar. Y sigan equivocados. Y sí, sigan perjudicando a los que acuden a resolver sus problemas.

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¿Por qué hay tanta obsecuencia? Porque es cómoda. Porque es fácil. Porque a nadie le gusta que le digan lo que no quiere escuchar. Porque a todos les gusta escuchar que todo está bien, que es una buena idea, que funcionará de maravillas, etc.

Las relaciones de jerarquía tribunalicia, tiendo a pensar, son un campo fértil para la obsecuencia. Quien se cree menos muchas veces no osa cantarle verdades a quien está por encima suyo en la estructura. Y menos si ese alguien no valora esas verdades.

¿Cómo decirle al jefe formal que su idea es mala? ¿Cómo explicarle que hay una alternativa mejor? ¿De qué manera transmitirle una queja sobre el trabajo diario? ¿Y una opción para que no nos quejemos más?

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¿Por qué debería importarles a los jefes tribunalicios no estar rodeados de obsecuentes? Hay muchas y variadas razones.

Primero, porque si los que los rodean son obsecuentes, claramente nunca podrá mejorar como jefe. Solo crecerán con feedbacks sinceros, con críticas constructivas, con observaciones descarnadas para mejorar. Lo otro es simplemente regodearse y morir en la chiquita.

Segundo, porque el círculo de obsecuentes lo terminará aislando de la realidad y, de esa manera, lo alejará de la función que tiene el Poder Judicial, que no es otra que ser el espacio en el que los ciudadanos traen para definir sus disputas.

Tercero, porque los obsecuentes, presurosos a apoyar cualquier iniciativa que tenga como jefe, sin importar si es buena o no, sino solo “para quedar bien”, posiblemente lo lleve a estrellarse cuando una iniciativa mala se ponga en práctica.

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Siempre recuerdo con cariño al juez con el que trabajé cuando entré en tribunales, Ricardo Miguel Ángel Molina. Cada vez que cuando charlábamos sobre un tema y me hacía una pregunta, yo, joven impertinente, le preguntaba: “Doctor, ¿usted quiere que le diga lo que yo pienso o lo que usted quiere escuchar?”. Por supuesto que su respuesta era “No, Agustín, lo que vos pensás”. Y teníamos así un diálogo sincero y franco sobre el tema, intercambiando ideas y argumentos. Tal vez se quedaba con su postura. Tal vez cambiaba. No importa, tuvo la posibilidad de escuchar otra campana, como se dice.

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Obsecuentes siempre habrá. Pero los que realmente aportan su granito de arena son los críticos, en modo Petracchi. El tema es que no todos están preparados para soportar las críticas de ese estilo. Lo más cómodo es seguir haciendo lo que siempre se hizo así mientras hacemos oídos sordos a lo que nos dicen. O aferrarnos a nuestro criterio, sin importar la norma, la jurisprudencia o el sentido común. Mientras tanto, tal vez en el borde de la salud mental, podemos incurrir en el Síndrome de Cronos con aquellos que se atreven a salir de la obsecuencia.

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¿Qué hacer entonces? Me animo a decir que agradecer y contagiar. Agradecer a aquellos que se animan a no ser obsecuentes judiciales, a romper el molde, a salirse de lo cómodo, de la zona del confort, del verticalismo, pues en el contexto de la cultura organizacional tribunalicia, son valientes. ¿Contagiar qué? Confianza. Confianza en que se pueden decir esas cosas, se puede romper la obsecuencia judicial y transmitir ideas, críticas, sugerencias, alternativas, aunque sean a contracorriente de la vía jerárquica. Caso contrario, el cinturón de obsecuencia que tiende a rodear a las jerarquías jamás se abrirá y mucho menos romperá, sino que nos apretará cada vez más fuerte, hasta extinguir cualquier viso de pensamiento crítico tribunalicio. Y sí, por si no lo sabía y aunque no lo crea, el pensamiento crítico en tribunales es una habilidad que deberían tener todos los que allí trabajan.

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