Una dosis de realidad nunca viene mal. Ojo, no es para deprimirnos, sino para ser realistas al respecto.

En esta oportunidad me alejo del trío norma, situación y propuesta para desarrollar un tema que, aunque parezca más de la psicología o de la autoayuda, es muy relevante para dotar de contexto a la reforma constitucional. ¿De qué se trata? Pues de como dice el título, de moderar las expectativas que tenemos sobre la reforma. Aunque suene marketinero, es como se dice por ahí, “las expectativas bajas son el secreto de la felicidad”.
No, no quiero ser aguafiestas, pero las experiencias reformistas tanto a nivel nacional como provincial nos dieron varias lecciones que deben ser tenidas en cuenta en forma previa a enfrentar un desafío reformista. Invito a repasarlas, pero aclaro que es una enumeración absolutamente arbitraria y desordenada. Puede haber más.
1. Poner algo en la Constitución no significa que ese algo efectivamente llegue a existir en algún momento
Sobre esto hay un montón de ejemplos. La Constitución Nacional dice tres veces que debemos tener juicios por jurados. Más de 170 años después, todavía es una deuda pendiente.
En la reforma de 1994 se incorporó la obligación de sancionar una Ley de Coparticipación Federal y hasta el momento, no se lo hizo.
En nuestra provincia tanto el voto electrónico como una ley de partidos políticos junto a la ley de autonomía municipal son algunas de las deudas.
Recordemos: que algo figure en el texto de la Constitución no lo hace existir en la realidad.
2. Sacar una ley de declaración de reforma de la Constitución no te asegura que se vaya a reformar
Parece una locura el título, pero es real. La ley solo habilita a reformar en todo en partes la Constitución. Luego, la decisión de hacerlo o no queda en manos de la Convención electa al efecto. Un gran ejemplo de esto fue el caso de Carlos Rovira, que cuando fue gobernador de Misiones logró sacar la ley de declaración de reforma para habilitar su reelección indefinida. ¿Qué pasó? Pues que perdió las elecciones y la Convención, donde no tenía mayoría, decidió no reformar la Constitución. Rovira no pudo seguir siendo gobernador, aunque continúa manejando los hilos del poder misionero hasta estos días.
3. Sacar una ley de declaración de reforma de la Constitución no te asegura que la vayas a reformar vos
Esto complementa lo anterior. El gran ejemplo tucumano es la reforma de 1990. El peronismo sacó la ley de declaración de la reforma constitucional y tuvo la audacia de hacerla total, no parcial. ¿Qué pasó? En las elecciones ganó Fuerza Republicana, el partido de Antonio Domingo Bussi. Con su mayoría aplastante impuso su propia Constitución, que luego tuvo una accidentada entrada en vigencia, merced a la intervención federal de Julio César Aráoz. Como se ve, el oficialismo de entonces puso la mesa y preparó la comida, pero fue el bussismo quien se terminó sentando a comer.
4. Llenar de derechos una Constitución no significa que sean cumplibles
La tentación reformista es grande, pues escribir hermosas frases, grandilocuentes en las que llenamos de derechos la Constitución puede hacerlo cualquiera con dotes de literato. Sin embargo, llenar de fórmulas declamatorias la Constitución no es más que una moda que no entiende los desafíos que se abren detrás de cada derecho. En efecto, cada cláusula implica una serie de obligaciones para el Estado de las cuales la mayor parte de los redactores no siempre están del todo enterados. Hay que evitar la tentación de llenar de derechos declamatorios el texto constitucional.
5. Reformar una Constitución no mejorará mágicamente nuestras vidas
Hay que ser sinceros. Cambiar una Constitución no significa que, como con una varita mágica, nuestras vidas mejorarán rápidamente y de un plumazo. Luego de una reforma, los problemas de todos los días seguirán estando, en mayor o menor medida. E incluso, tendremos nuevos problemas. Habrá que implementar nuevos institutos, elegir funcionarios, administrar el presupuesto, en fin, gobernar, gestionar, administrar, movilizar, hacer que las cosas pasen. Una Constitución no hace magia.
Un comentario sobre “Moderemos las expectativas sobre la reforma”