Con la excusa de una frase que leí hace poco, en el Día de los Fieles Difuntos, busco a ver si no hay un poco del diablo en los abogados cuando usamos y abusamos de las citas.

Hace poco leí en el diario que Shakespeare dijo “El diablo es capaz de citar las Escrituras si le conviene” o, en inglés original, “The devil can quote Scripture for his own use”. La frase me quedó dando vueltas en la cabeza. Luego la busqué a ver de dónde salía, o sea, en qué obra la había puesto el inglés, al que ya dediqué alguna entrada sobre los abogados. Me sorprendí al encontrar la fuente: El mercader de Venecia. ¿Por qué? Pues porque debe ser la única obra de teatro que fui a ver, luego vi la película y finalmente leí el libro. La frase, evidentemente, se me pasó de largo, jamás la registré. Sé que en algún curso de Derecho Comercial (¿todavía existe?) o Derecho de los Contratos promovían ver la película en modo cine debate. Sin embargo, era para debatir otro asunto, más espinoso, por supuesto, como lo es la interpretación del contrato entre Shylock y Antonio sobre si este tiene o no derecho a cobrarse la famosa libra de carne.
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Como sea, la frase me llevó a pensar sobre cómo los abogados usamos las citas en nuestro diario quehacer profesional. En realidad, abusamos de ella me parece. Es más, desconociendo la frase shakespeariana la aplicamos todos los días: no importa si somos positivistas, realistas o iusnaturalistas, si la cita que tenemos a mano es el salvavidas argumental que necesitamos, termina en el escrito gracias a la magia del copy and paste que generaciones de abogados que a lo sumo conocieron la máquina de escribir habrían agradecido tener.
Ojo, no quiero decir que no debamos ser camaleones del caso, como recordábamos por acá, con el ejemplo de Abraham Lincoln. Si una cita nos sirve, sería tonto no usarla por pretextos filosóficos o pruritos ideológicos. Eso es una cosa muy clara. Así como el plomero no se pregunta si la llave es coherente con su filosofía de trabajo, cada vez que tiene que usarla para apretar un caño, el abogado tampoco debería darle mucha bolilla a las cuestiones filosóficas o ideológicas propias.
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Sí, ya lo sé. La comparación del abogado con el diablo es too much. Incomoda. Molesta. El diablo es el diablo. A nadie le gusta ser emparentado con el maligno, con Satanás, con el dueño del Averno, con Lucifer, con el de los mil nombres.
Sin embargo, al margen de las simpatías, el pragmatismo del señor del mal sí es imitable. Al fin y al cabo, como abogados debemos buscar soluciones para nuestros clientes. Defendemos sus intereses, no los nuestros.
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Ahora, eso sí, los abogados no somos como el diablo. Este puede hacer cualquier cosa en la terrible lucha contra las fuerzas del cielo (ya que están de moda, no podía no citarlas). Nosotros no. No nos da todo lo mismo. Tenemos ciertas reglas. Sí, serán mínimas, serán laxas, serán remotamente aplicadas, pero hay que hacerlo.
Así, no se puede citar cualquier cosa. ¿Cómo? ¿No es contradictorio con la frase que encabeza esto? Y no, no lo es. En primer lugar, no se puede citar lo que no existe. Entonces, más en este tiempo de alucinaciones de inteligencia artificial y fake news que nos rodean, aunque sea de Perogrullo, debo recordar lo obvio: hay que controlar que la cita exista, ir a la fuente.
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Si la cita cumple con el requisito de existencia, puede pasar al siguiente nivel. ¿Cuál sería ese? Pues que lo que yo digo que la cita dice, sea real. ¿Cómo? Claro, una cosa es que la cita exista. Otra muy distinta es que diga lo que yo digo que dice o, para hacerlo más claro, lo que yo le quiero hacer que diga. Hay mil ejemplos de esto. Me he cansado de ver escritos que dicen: “Como dijo el tribunal X en el caso Y, la cuestión es Z, como afirmo en este caso”. Y está todo casi bien: el tribunal X existe, el caso Y también, pero ni por asomo en ese caso la cuestión fue Z. Es más, probablemente fue lo contrario. ¿Por qué pasan esas cosas? Quiero pensar que más por falta de diligencia, vagancia y negligencia que real dolo. Todavía recuerdo haber contestado una expresión de agravios en la que me tomé el trabajo de contestar uno por uno de los casos jurisprudenciales citados por la otra parte para explicar por qué no eran aplicables al caso que se debatía. Al final, la contestación de los agravios era más larga que la expresión de aquellos. Insólito.
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Más allá de los requisitos de existencia y coherencia, ponéle, la cita debe cumplir con el requisito de necesidad. Si no es necesario, no la use. Hágase el favor usted mismo, haga el favor a su colega, al juez, al relator y a las partes de no querer florearse con citas que nada agregan al tema. Recuerde que lo bueno, breve, dos veces bueno. O que la brevedad es el manjar de los jueces, como le dijo un magistrado del foro jubilado a mi hermano alguna vez en los pasillos. Ah, sí, por supuesto, si usted quiere perder un recurso, por ejemplo, ignore todas estas ¿recomendaciones? y plague de citas su escrito por doquier, como expliqué acá.
Comparto entusiasmado la recomendación de no empalagar con citas. Configura un déficit estilístico siempre muy molesto.
Lo alarmante, en mi experiencia profesional, es que ese déficit está muy presente en las propias sentencias judiciales. Mucho, muchísimo más que antes.
Y, a mi juicio, es peor una sentencia empalagosa que un escrito así.
Gracias
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Así es, las sentencias judiciales abundan en citas, merced al copy and paste. Pero además, citas que nada aportan.
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