La entrada llama la atención sobre la mala costumbre de los jueces de no reconocer su humanidad. Y sí, abrazar su falibilidad y reconocer sus errores.

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En el Capitolio de los Estados Unidos de América se encuentra esta obra, La apoteosis de Washington. Es un fresco inmenso que muestra a George Washington convirtiéndose en un dios. Claro, por eso lo de apoteosis. La obra no se queda solo con un ensalzamiento, sino que va más allá: concede al héroe la dignidad de los dioses. Por eso al general lo rodean diversas deidades como Minerva, Neptuno, Mercurio, Vulcano y Ceres. Obvio, está Libertad o Columbia, que no es otra que la personificación de Estados Unidos de América. Sin embargo, esto es tan solo una alegoría. Washington, a diferencia de otros personajes históricos, nunca se creyó un dios (al menos, que yo sepa).
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¿Y qué demonios tiene que ver ese fresco con la realidad forense? A eso voy, pero sin prisa, querido lector. Si litigó, seguramente debe haber planteado alguna vez un recurso de revocatoria en el que, con respeto, advierte al juez de un error y le pide que dé marcha atrás. Posiblemente a veces el juez le dio la razón y otras no. Sin embargo, hay formas y formas de dar la razón.
No tengo estadísticas al respecto, pero estoy seguro que muchos jueces no usan el latiguillo “asistiéndole razón al recurrente…” para, acto seguido, corregir su decisión. O quizás esté sensible porque me pasó en un caso hace unos meses: planteé no uno, sino dos recursos de revocatoria contra dos decretos del juez.
¿Qué pasó? Ambos estaban equivocados por supuesto y fueron corregidos. Pero, como dije, hay formas y formas. ¿Qué tuvieron de especial estos casos? Pues que en ambos el juez se valió de la vieja treta de “ignorar al litigante y asumir el protagonismo para borrar el error, sin reconocerlo”.
¿Cómo? Pues en vez de proveer el escrito, anticipándose a dar la solución pedida por el litigante. Luego, en el mismo decreto, estamparle el famoso “estése”. Esta mala práctica, treta, estratagema o como quiera llamarle es más vieja que la escarapela. Un colega de muchos años me comentaba que cuando existía el expediente en papel lo hacían con asiduidad. Eso sí, quedaba más en evidencia pues debían poner el “estése” en otra hoja. Hoy sale todo en un mismo PDF.
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En la universidad aprendí, si mal no recuerdo con el Manual de Derecho Procesal Civil de Lino Palacio, que el fundamento de los recursos es la falibilidad del ser humano. Me quedó grabado a fuego. La lógica es apabullante: los seres humanos no son perfectos. Los jueces son seres humanos. Los jueces no son perfectos. Por ende, se pueden equivocar y, de hecho, lo hacen (muy a menudo, agregaría yo). Para eso existen los recursos. Para corregir los errores de seres humanos que están llamados a juzgar los casos que se le presentan. Así de sencillo.
Supongo que, en general, todos los abogados, más o menos, deben haber aprendido esto en su formación. Y sí, sus señorías, antes de serlo, fueron abogados.
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¿Entonces? ¿Por qué motivo los jueces incurren en esta deleznable práctica? Me inclino a creer porque, como Washington, han tenido su propia apoteosis. Por supuesto, no han hecho ni la más ínfima tarea que el general norteamericano, pero bueno, ¿cómo negarles su propia apoteosis? Si quieren creerse dioses, allá ellos. La tarea de los litigantes y de los ciudadanos es, muchas veces, traerlos de vuelta al planeta Tierra y recordarles su humanidad.
¿Por qué esa apoteosis de creerse infalibles como dioses? Y no sé, probablemente porque en general, la vulnerabilidad está mal vista. Más en tribunales, como lo destaca Kevin Lehmann o lo caricaturiza Duck Dodgers. En general, la gente que ocupa cargos jerárquicos (y no tanto), no está formateada para reconocer que detrás del personaje hay un ser humano.
Todo por no reconocer la vulnerabilidad, que somos seres humanos. Deberíamos recordar todos que somos seres humanos. Como lo recordó Shakespeare en El mercader de Venecia (1600): tenemos ojos, manos, órganos, sentidos, afectos, pasiones, comemos las mismas cosas, las mismas armas nos dañan, los mismos fármacos nos curan, el verano nos da calor, el invierno nos da frío y si nos pinchan, sangramos.
Algún juez afirmaba hace unos años: “Los abogados tienen que entender que son abogados, no dioses”(La Gaceta, 27/09/11). Me atrevo a afirmar que los jueces también tienen que entender que son jueces, no dioses. Al fin y al cabo, como se preguntó Shakespeare, si en todo lo demás nos parecemos, ¿por qué no en este caso?
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Por supuesto, toda esta disquisición no tiene mucha mayor utilidad que invitar a abrazar la vulnerabilidad o a entenderla. Ahora, en el foro, lo que se debe abrazar es el pragmatismo o la practicidad. Si el juez le dio la razón y corrigió su error, poco importa si en el medio hizo la apoteosis que tanto le gusta para cuidar su orgullo. Festeje que el error se enmendó y continúe litigando. A usted las apoteosis ajenas no lo engañan y poco le deberían importar.
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