Una mezcla de derecho y literatura. Más precisamente, de derechos reales (materia odiada por muchos) con el gran Julio Verne y su extensa obra (con la que siempre me siento en deuda de leer).

Primero, el derecho. Alguna vez estudiamos el concepto romano de propiedad, que en latín era «Cuius est solum, eius est usque ad coelum et ad inferos» o «Quien sea propietario de la tierra, suyo es todo lo que haya hasta los cielos y hasta los infiernos».
Ese concepto absoluto de propiedad por supuesto que hoy no es así, pues mucha agua pasó bajo el puente. Hoy sería ridículo pretender que la propiedad de uno se extiende sobre el espacio aéreo y, por ejemplo, querer cobrarle peaje al avión que pasa por ella.
Ahora, la literatura. Julio Verne es uno de los grandes escritores de aventuras y ciencia ficción del siglo XIX. Además, su obra es gigantesca, pues escribía y publicaba muchísimas novelas, en un ritmo de trabajo francamente envidiable por todos.
Cinco semanas en globo, La vuelta al mundo en 80 días, 20.000 leguas de viaje submarino o Miguel Strogoff, son algunas de las más conocidas. Y muchas llegaron al cine en varias versiones.
Sin embargo, pocos (creo) conocen París en el siglo XX. Julio Verne la escribió luego de Cinco semanas en globo, es su segunda novela. Su editor, Pierre-Jules Hetzel, se la bochó, por ser una novela extremadamente pesimista, que el público aborrecería.
Aunque no lo crean, Jean Verne, bisnieto del escritor, la redescubriría y finalmente se publicaría en 1994. Y sí, es realmente pesimista, aunque nada que los lectores (de hoy) no puedan soportar.
Ahora, la relación: la novela está la mejor descripción (para mí) de la concepción absoluta del derecho de propiedad en un pasaje inolvidable que les comparto. Luego de leerlo, los derechos reales no parecen tan feos después de todo, gracias a la pluma de Verne.
«Infeliz, ¿has pensado alguna vez lo que significa ser propietario? ¡Hijo mío, es espantoso lo que contiene esta palabra! ¡Cuando se piensa que un hombre, un semejante tuyo, hecho de carne y hueso, nacido de mujer, de un simple mortal, posee cierta porción del globo! ¡Que dicha porción del globo le pertenece en exclusiva, como su cabeza, y a veces mucho más! ¡Que nadie, ni siquiera Dios, puede quitarle esa porción, que transmite a sus herederos! ¡Que tiene derecho a cavarla, removerla, edificar en ella a su antojo! ¡Que el aire que la rodea, el agua que la riega, todo es suyo! ¡Que puede quemar sus árboles, beberse sus ríos y comer su hierba, si le place! ¡Que cada día se dice: de esta tierra, que el Creador creó el primer día del mundo, yo tengo una parte; esta superficie del hemisferio es mía, totalmente mía, con las seis mil toesas de aire respirable que se elevan por encima de ella y las quinientas leguas de corteza terrestre que se hunden por debajo! Porque, en fin, dicho hombre es propietario hasta el centro mismo del globo y sólo limita con el correspondiente propietario de las antípodas. Pero, ¡desdichado!, ¿al reírte de esta manera no has pensado, no has calculado que un hombre que posee una simple hectárea, posee real y verdaderamente un cono que contiene veinte mil millones de metros cúbicos, que son suyos, más suyos que nada en el mundo?»
Sí, esto fue un hilo el 15/01/23.