¿Pueden el derecho constitucional y el juicio por jurados deberle algo a un conspirador extranjero? Pueden y, de hecho, lo hacen.

Siempre me gustó la historia y uno de mis autores más leídos fue José Ignacio García Hamilton, a quien tuve el placer de conocer cuando presentó su libro Por qué crecen los países. Antes había leído Vida de un ausente, magnífica biografía novelada de Juan Bautista Alberdi. Continué con Don José, intrigado por la proposición de que José de San Martín era en realidad hijo natural de Diego de Alvear. Me compré Cuyano alborotador para profundizar en la aventurera vida de Sarmiento. El último libro que leí fue Juan Domingo, que trata de la vida de Perón. Esa fue también la última obra de su autor, quien nos dejó en 2009, con escasos 65 años.
También me gusta el derecho constitucional, que muchas veces se cruza, o nace cruzado, diría, con la historia. Y dentro de esa cruza, tengo especial afición por las curiosidades históricas que devienen en “datos inútiles”, como decía un compañero de facultad. En esa disciplina, siempre me llamaron la atención los juicios por jurados. Con los años fui leyendo artículos y juntando libros sobre el tema.
Nunca pensé que con el tiempo iba a terminar conectando los puntos en algo que junte estas tres aficiones que tengo. Menos, que lo iba a hacer con un colombiano que vivió en el siglo XIX.
***
Cuando estaba terminado de leer Simón. Vida de Bolívar de García Hamilton empezó todo. En el epílogo, al pasar, el autor nos cuenta qué fue de la vida de Bernardina Ibáñez, uno de los amores de Bolívar. A ella, el libertador llegó a mandarle a decir: “Dígale Ud. muchas cosas a Bernardina y que estoy cansado de escribirle sin respuesta. Dígale que yo también soy soltero, y que gusto de ella aún más que Plaza…”, según la historia.
Volvamos a García Hamilton, que nos cuenta que Bernardina tuvo un hijo siendo soltera (¡qué horror!) con Miguel Saturnino Uribe. Sin embargo, lo interesante es que en 1836 se casó con Florentino González, con quien luego tendría dos hijas. ¿Quién era González? Pues era uno de los que intentó acabar (obviamente, sin éxito) con la vida de Bolívar, en la “Conspiración Septembrina” de 1828. Lo condenaron a muerte, pero le conmutaron la pena por el destierro, que no duró mucho. González regresó y continuó participando de la vida pública de Colombia.
No solo es irónico que el gran amor bolivariano cayera en las manos de uno de sus conspiradores. Este, paradójicamente, entre 1833 y 1839 se desempeñó como profesor de derecho constitucional en la Universidad de Bogotá. García Hamilton nos cuenta que, acompañado por Bernardina, viajó como ministro plenipotenciario a Perú y Chile. Luego viajarían a Buenos Aires, ya en el último trecho de su vida.
¿Qué destino le depararía nuestro país al conspirador? Pues nada menos que ser el primer profesor titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Buenos Aires. Según nos cuenta el constitucionalista Néstor Pedro Sagüés, en un principio la cátedra le había sido encomendada a Domingo Faustino Sarmiento en 1855, pero no existen rastros de que se hiciera cargo del curso y lo diese efectivamente.
La historia todavía le tenía guardados más espacios a González. En 1869 publicó El juicio por jurados, que incluso comenta Juan María Gutiérrez. Quizás teniendo en cuenta ese trabajo, su ¿antecesor? en la cátedra y por entonces Presidente de la Nación, Sarmiento, lo designa, junto con Victorino de la Plaza, para que proyecten un ordenamiento procesal que cuente con juicio por jurados.
Ambos juristas cumplieron la tarea y entregaron el proyecto. Obvio, nunca se transformó en ley. González moriría pocos años después, en 1874 y sus restos volverían a Bogotá, más precisamente a su Cementerio Central.
***
Está bien. El título de esto es asquerosamente amarillista, pero necesitaba atraer su atención. Quizás Florentino González no haya sido un conspirador (Simón Bolívar seguro no estaría de acuerdo con nuestra indulgencia), sino tan solo un hombre de su tiempo, donde las conspiraciones eran cosa de todos los días, ya que, como decía mi padre, no se puede juzgar a los hombres del pasado con los valores del presente. Ahora, sin duda fue el pionero del derecho constitucional y del juicio por jurados en la Argentina del siglo XIX.