Bueno, esta entrada podría titularse “El Traje y yo”, como acordándonos de “Platero y yo”, pero no tiene que ver con caballos o burros. ¿Platero era un burro o un caballo? Bueno, no importa, lo leí hace un montón. En fin, el título que quedó es mejor me parece…

***
¿Por qué todo esto? Bueno, porque el otro día me puse a pensar en cómo es la relación que tenemos los abogados con los atuendos, con los uniformes por así decir. Y los abogados, al menos los hombres, tenemos al traje como un uniforme, como algo sine qua non. Tienes una audiencia para el traje, no el traje para una audiencia, siendo exagerados.
Obviamente, traje implica corbata. Esto, así como lo estoy contando, sí, claramente es un estereotipo y diría yo que una regla de un mundo que creo que está desapareciendo o, en todo caso, en peligro de extinción. Personalmente, yo pasé con el traje idas y vueltas.
Cuando era chico y tenía alguna fiesta de quince años, me gustaba ir de traje. Cuando me recibí de abogado, era muy chico: iba de traje a la mañana a tribunales y si tenía que hacer alguna cosa a la tarde ya me ponía camisa y un pantalón. Después, cuando empecé a trabajar en tribunales (del otro lado del mostrador, como se dice) fui de traje, corbata e incluso chaleco muchas veces.
Con el paso del tiempo, irónicamente, cuando iba ascendiendo en el escalafón judicial, me empecé a permitir estar un poco más relajado y a no ser tan formal con el traje. Después, cuando finalmente empecé a trabajar como defensor oficial, sí, usaba el traje, pero cada vez que viajaba al interior del interior, iba absolutamente informal, “de civil” como decía yo: un jean, zapatillas, camisas, remeras en algún momento. Esto que estoy contando es la prueba cabal de que uno va cambiando sus puntos de vista sobre los diversos aspectos o sobre las diversas ideas que uno se cruza a lo largo del tiempo.
***
Yo recuerdo siempre al fiscal Federico Delgado, que trabajaba en Comodoro Py y era muy conocido porque usaba remeras negras cuando iba a trabajar. Decía que tenía un traje colgado y una corbata por si los necesitaba.
Digresión. El día que me llaman para contarme que me iban a designar defensor oficial, tenía que verme con alguien muy importante y justo había ido con camisa pero sin corbata. Un amigo me prestó una para ir a la cita. Cuando llegué, vi que ese alguien importante que me iba a contar de mi designación, estaba sin corbata. ¡Las ironías de la vida!
Bueno, al margen de ello, debo decir que al fiscal Delgado yo lo veía siempre como: “¡No! ¿Cómo va a ir sin corbata? ¿Cómo va a ir sin traje?”. Encima el tipo iba a trabajar en bicicleta. Nunca me puse a pensar que iba en bicicleta porque podía, porque le quedaba cómodo. En fin, parecía extraño.
***
Con el tiempo, debo decir que no llegué a ir en bicicleta a mi trabajo porque está muy lejos. Yo vivo en Yerba Buena y mi trabajo está en Concepción, pero a veces voy a Tafí del Valle, a veces voy a Monteagudo directamente, a veces a La Cocha. Son muchos kilómetros de distancia, así que en bicicleta no puedo ir.
Sin embargo, en algún punto, como yo asumí una oficina nueva, es decir, la defensoría no existía (yo fui su primer titular, soy su primer titular y hasta ahora soy su único titular), no tenía un espacio físico designado. Cuando asumí, no estaban bien separadas las aguas entre la Corte y el Ministerio Público Fiscal. No existía todavía el Ministerio Popular y la Defensa como tal, como un organismo distinto.
Todavía el Ministro Público Fiscal estaba a cargo de la Defensa. Entonces, los primeros meses, los primeros años, fueron bastante traumáticos en lo que hace al espacio físico. Si mal no recuerdo, trabajé en un despacho de un camarista penal unos días.
Luego pasé a un lugar que estaba fuera del Palacio de Tribunales, que era sobre la Avenida Güemes en Concepción. Luego pasamos al lado de la morgue, un espanto. Pero siempre se puede estar peor: pasé a estar detrás “de las cocinas” en el Palacio de Tribunales.
Finalmente, después pasé a un lugar lindo sobre la calle Rivadavia: un despacho hermoso, divino. Pero nada es para siempre: terminé donde estoy hoy, que tengo un despacho chiquito, pero con baño “en suite” como digo con un poco de humor.
Las idas y vueltas no me gustaron. No pretendía un despacho de 16 metros de cada lado, sino algo razonables. Con el tiempo me daría cuenta: el despacho es lo de menos.
Sin embargo, en esa época estaba muy enojado. Cuando estaba en “las cocinas” la cosa era horrorosa: un espacio diminuto, mal mantenido, con azulejos (obviamente en una cocina había azulejos) que se estaban cayendo a pedazos. Las cuestiones de espacio eran, por cierto una locura en un lugar que supuestamente era para atención al público.
Cuestión que un día me dije “no vale la pena ir de traje, no voy a volver a usarlo hasta que más o menos tenga una oficina adecuada y al demonio”. Desde esa época colgué el traje. Empecé a ir con remera y zapatillas. Ahí pasé a una oficina linda y volví a sacar el traje del armario. Pero luego vino la pandemia.
***
¿Y qué pasó cuando vino la pandemia? Creo que desde ahí ya pasé desapercibido porque ya en la pandemia nadie usaba traje. O sea, todo era virtual. Entonces la sacralidad y el formalismo de la audiencia se perdieron. Porque lo presencial murió, básicamente. Todo pasaron a ser audiencias virtuales, primero por Skype y luego por Zoom. Yo tenía audiencias con una remera de Superman, con el buzo del secundario, y así. Y no solo audiencias improvisadas, tuve incluso audiencia ante el Tribunal de Impugnación y la Corte Suprema de Justicia de Tucumán.
Por supuesto no usaba corbata. Quizás usaba camisa. Y no sé, tenía remera en alguna. Todo esto, que al principio fue un acto de rebeldía o de queja, luego quedó en un simple acto de dejadez por la virtualidad.
***
¿Y al volver a la normalidad? La verdad es que yo nunca retomé el traje. El traje lo uso para ir a algún evento, a algún acto importante que tenga que ir. Ahí sí: voy y uso el traje. Pero es raro. Y no es porque no tenga, pues tengo varios hermanos más grandes y he ido heredando trajes, sobre todo de mi hermano abogado que sí viste muy bien. La verdad es que yo no le presto atención. Por supuesto, esta elección de no usar traje me trae un montón de anécdotas interesantes.
El resto del mundo tiene en su cabeza la idea de que un abogado es un hombre formal, con traje, muy serio, hasta portafolio te diría, y anteojos seguramente. Claro, cuando me encuentran a mí, de jeans, zapatillas y remera, no pueden concebir que sea el hombre a quien están buscando, al abogado. Entonces, por ejemplo, me ha pasado infinidad de veces que voy a un mostrador, pregunto por algo y me dicen “¿y usted de dónde es?”. Yo atino a responder “de la defensoría itinerante”. “Ah usted trabaja con el Dr. Acuña” me responden. Ahí aprovecho y digo: “No, yo soy el Dr. Acuña”. Y ahí entran en shock, quizás hasta me han maltratado antes y me empiezan a tratar bien con respeto cuando en realidad tienen que tratar con respeto a todos, a todas las personas que van a preguntar algo al mostrador.
También me ha pasado con clientes que caen recomendados a buscarme. Buscan al Dr. Acuña. ¿Usted es el Dr. Acuña? me preguntan, a boca de jarro. “Sí, sí, soy el Dr. Acuña, aunque no lo parezca” atino a contestar, sonriéndome.
***
Al margen de esas cuestiones humorísticas, creo que obviamente, o en realidad, yo siempre estoy entre dos grandes refranes respecto al traje sentido. Abrazo esos refranes populares, esas frases tan lindas que dicen: “el hábito no hace al monje” y “aunque la mona se vista de seda, mona queda”. Entonces, viendo ahí toda la formalidad de los trajes, hasta el lenguaje, a veces alambicado, barroco, etc. que tenemos los abogados, que son todos los jueces y funcionarios… como que cada vez descreo más de eso. Que un juez esté de traje, no me va a impedir ver que, a pesar de que esté muy formal, muy sentado, etc. cometa errores espantosos en la audiencia, o no sepa derecho, o no sepa de lo que le estoy hablando.
Entonces, tiendo a desconfiar de esas imágenes. Por otro lado, tenemos la sabiduría, con años de experiencia, de Mirtha Legrand que te dice, “si te ven mal, te maltratan, si te ven bien, te contratan”. Yo no tengo la necesidad, por mi trabajo, de que me vean bien y me contraten. Porque la gente que viene conmigo es porque no tiene plata para contratar a otra persona. Lamentablemente “caen en la defensa pública”. Porque si tuviesen plata, irían a un abogado particular y sinceramente espero que salgan de la pobreza y contraten a abogados particulares. Pero bueno, yo, en ese sentido, no debería preocuparme, o al menos no me preocupo tanto.
Me acuerdo de Mirtha Legrand y su frase cada vez que voy a un mostrador y me tratan de mala manera porque no saben quién soy. Así, cuando se dan cuenta que soy defensor oficial es como que reculan. Yo me río, nada más. Porque me siento como un agente encubierto, un agente revelador, digamos, que va sin decir quién es y constata realmente la calidad de atención al público. Porque mal podría yo tener una opinión sobre cómo atienden el mostrador si “voy sacando chapa”, entre comillas, del cargo que tengo.
***
Por último, también tengo otra cosa ahí que me da vuelta, que Alberto Binder siempre lo dice. No sé si lo dice en su Elogio de la audiencia oral y otros ensayos. O se lo he escuchado decirlo, o se lo he leído muchísimas veces. La audiencia oral y pública, el juicio oral y público, tiene mucho de teatro, tiene mucho de mensaje. De todos esos formalismos que son muy importantes.
¿Para qué? No solo para evidenciar la importancia de lo que se está haciendo. Sino también tiene mucho de republicano. Entonces, esas cuestiones, esas formalidades, son importantes. Lo dice Binder. Y hacen al republicanismo y a la función del sistema de justicia.
A mí quizás me cuesta ver esto y creo que a todos los abogados de hoy en día nos cuesta. Por el hecho de que, primero, los juicios orales y públicos en la parte penal son excepcionales. Porque la mayoría de los casos finalizan por salidas alternativas. Y en la parte no penal, las audiencias presenciales son una excepción, una excepcionalidad, una rareza. Vayamos de arriba hacia abajo: la Corte Suprema de Justicia de Tucumán hace audiencias, pero sin presumir, creo que participé de la última presencial que hizo, el caso “Díaz”. Hace audiencias, pero son virtuales.
Las cámaras no penales rara vez hacen audiencias. Y los tribunales de impugnación, si me equivoco me corrigen, siguen haciendo audiencias virtuales. Y en los juzgados igual, las audiencias presenciales son rarísimas.
En todos los fueros no penales son muy raras las audiencias presenciales. Quizás en el fuero de familia haya más audiencias presenciales, pero en general, en los fueros civiles y comerciales, son todas audiencias virtuales. Hay mucho de comodidad, por supuesto…
***
No es una excusa, pero creo que si tuviese audiencias presenciales que fuesen realmente importantes, donde hubiese trabajo, litigación, contradicción, etc. y no audiencias presenciales llenas de formalismos, pensaría usar el traje y la corbata, obviamente. No por miedo a una sanción, como me acuerdo que en Chubut dispusieron el uso obligatorio de corbata, pero sí para contribuir a ese formalismo, a esa práctica del derecho en audiencia pública. Y ni pensar si tuviese un jurado. Un jurado con juicio oral, público contradictorio, sea penal o no penal, ni lo duden: abrazaría el traje con las dos manos. Pero bueno, eso es, por ahora, un proyecto, un sueño, un sueño lindo, pero sueño al fin. Por ahora, me quedo en jean, remera y zapatillas.