En la facultad, el profe de Civil nos explicó que “cuando hay un daño, se debe restituir la situación del damnificado al estado anterior (reparación en especie), pero nadie pide eso, todo termina en plata”. Me acordé de esto cuando tuvimos el “caso del chancho”.

El trágico hecho: el perro del vecino atacó ferozmente y a traición al noble animal de mi clienta, un porcino de buen carácter, que gozaba de buena salud y pesaba la muy considerable suma de 48 kilos (recuerden este dato por favor).
Obvio, mi clienta le reclamó el perjuicio al dueño del perro. Sus quejas cayeron en saco roto, como se dice. Lo único que cosechó fueron burlas del estilo:
No te voy a pagar nada, hacé lo que tengás ganas, no me vas a sacar un peso.
Ante semejante actitud, mi clienta denunció tal injusto proceder ante la justicia penal. Y adivinaron: no consiguió absolutamente nada. Eso sí, se hizo un legajo fiscal, se intentaron conciliaciones, pero la importante causa quedó en la nada misma.
Visiblemente compungida por la pérdida de su animal y absolutamente decepcionada por la inoperancia de la majestuosa justicia, me cayó al despacho. Le intenté explicar que debíamos averiguar si el dueño del perro tenía algo más, para asegurarnos el hipotético cobro de la aventura judicial a emprender… pero no hubo caso. A veces los clientes quieren sangre, quieren acción y la quieren ya. Así que mandamos nomás el requerimiento de mediación. Obvio, en el medio, luego de una exhaustiva búsqueda, me hice con el importante legajo fiscal, antecedente de tan trascendente causa.
Antes que se hiciese la mediación sonó el teléfono. El inconmovible demandado quería arreglar. Y sí, el collar le iba a salir más caro que el perro: no le convenía enfrentar los costos de la mediación (obvio, a tan lúcida posición llegó con algún que otro argumento de nuestra parte).
Mi compañero de trabajo me trasladó la propuesta. Obvio, en la línea de lo enseñado por mi profesor de civil, era plata. ¿Era una buena propuesta? Averiguamos a cuánto estaba el kilo de chancho vivo en la zona y, aunque no lo crean, superaba ese cálculo, a ojo de buen cubero.
Con felicidad de quien ha hecho un buen trabajo, mi compañero le transmitió la generosa propuesta a la clienta, haciéndole ver la conveniencia de aceptarla. Y aquí, lo imprevisible:
«No quiero plata, quiero un chancho de 48 kilos, no de 40, no de 50, de 48 kilos».
Cuando me contó la respuesta, mi reacción fue:
«¿Me estás jodiendo? ¿Qué estamos en el ‘Mercader de Venecia’? Esta mujer quiere su libra de carne parece».
Obvio, le transmitimos la postura inflexible de “reparación en especie” a la otra parte (y la apuramos un poquito, también).
¿Cómo terminó todo? ¡Con un chancho de 48 kilos conseguido a 60 km del lugar! Luego de un traslado a costa de la contraparte, se entregó en la comisaría, firmamos el acuerdo y desistimos de la mediación. ¡Todos felices y contentos!
Sí, esto fue un hilo el 11/05/25.