Se nos fue la feria, pero sigo en modo “películas judiciales” y no me importa nada. Sobre todo, con esta película, que volví a ver después de muchos años en Netflix.

Law Abiding Citizen (2009) es una película que sufrió esas traducciones inentendibles. Se conoció en nuestro país como Días de ira y descubro que en México fue El vengador y en España, Un ciudadano ejemplar. Alguien alguna vez debería estudiar y develar el oscuro mundo de las traducciones de los títulos de las películas.
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Recuerdo que vi esta película en una fecha cerca a su estreno. Siempre me encantó. Y por eso, cuando vi que Netflix la sumó a su catálogo, 15 años después, la volví a ver, en una costumbre que mi esposa considera inentendible. “¿Cómo podés volver a ver una película que ya viste? ¿No te aburre?”. Y la verdad que no, no me aburre. A pesar que conozco la trama, conozco el desarrollo y el final, si la película es buena, puedo volver a verla. Es como un buen libro: uno puede leerlo varias veces. En cada oportunidad que revisita la película o el libro, tiendo a pensar que uno puede seguir “sacándole cosas”.
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Para los que no la ubican, la trama es maravillosamente atroz. Dos ladrones entran al hogar de un ingeniero, Clyde Shelton (Gerard Butler). Digresión: volví a verla y es insólito que este les abra la puerta sin siquiera preguntar quién es, pero bueno, cosas del primer mundo en donde uno no cree que quien está del otro lado vaya a entrar a robar a su casa, violar a su esposa e hija y matarlas, que es lo que le termina pasando a Clyde.
¿Y entonces? Pues el ingeniero descubre, a raíz de su tragedia, la maravilla de la burocracia judicial: a pesar de haber atrapado al dúo de ladrones, merced a un error, no hay pruebas genéticas. Y ahí entra en acción el fiscal estrella (siempre hay uno), Nick Rice (Jamie Foxx), con una apabullante 96% de juicios ganados.
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El film muestra maravillosamente los límites de la persecución penal en un sistema adversarial y acusatorio en serio, aunque obviamente, pasado de rosca en cuanto a buscar la eficiencia. Un realismo duro y puro: “Hermano, no podemos llevar a juicio a los dos porque no hay pruebas, porque lo arruinamos. Entonces haremos un acuerdo para que uno declare en contra del otro y listo”. Obvio, el que termina en la silla eléctrica es el “menos peor” de los ladrones y el que obtiene un trato por un tiempo más corto en prisión es la basura humana en persona.
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La primera lección que se lleva Clyde Shelton y que deberíamos llevarnos todos los litigantes, ante su planteo de “Che, pero es el otro el que violó y mató a mi esposa e hija, esa es la verdad”, es la dura respuesta de Rice. Este, con su traje impoluto y su burocrático lenguaje, le tira la realidad encima: “No importa lo que creas, sino lo que puedas probar en juicio”. Y la remata con un “Así funciona el sistema de justicia”.
Cuestión que, a partir de ahí, toda la película desarrolla la venganza del ciudadano ejemplar, respetuoso de la ley, el bueno del ingeniero Shelton, en contra de todos los que intervinieron en su caso: el condenado a muerte, el delincuente que hizo el trato, el abogado que lo defendió (y sí, siempre hay un abogado de por medio), la jueza que aprobó el trato, la gente de la fiscalía: sí, todo el maldito sistema.
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No me interesa tanto la parte sangrienta de la película, sino algunas cuestiones que podemos llevarnos para pensar, sobre todo para los abogados que ejercen penalmente, en todos los roles posibles:
1. Los límites para llevar los casos a juicio. Si tenemos un buen sistema, respetuoso de las garantías y derechos constitucionales, no cualquier caso llega a juicio, porque la fiscalía no llevará cualquier cosa, sino solo los casos sólidos.
2. Detrás de los juicios abreviados hay gente. Es algo obvio, pero muchas veces, me atrevo a pensar, la burocracia judicial, con tal de sacarse trabajo de encima y hacer números, puede olvidarse lo obvio: detrás de cada caso hay esposos, padres, madres, hijos, etc.
3. La persecución penal no es cualquier cosa. Y no, no lo es, nos podrá gustar Nick Rice o no, pero se toma en serio su trabajo. Podríamos cuestionar a veces su pragmatismo (que es lo que gatilla la venganza de Shelton) pero no podríamos decir que es un irresponsable.
4. ¿El sistema con sus métodos no puede con un delincuente? ¿Debe recurrir a los métodos de aquel para vencerlo? Eso es algo que me queda dando vueltas, cuando Rice le dice a un policía en una escena de la película: “¡Al diablo con los derechos humanos!”. Igual, entiendo que es una cuestión cinéfila, pues no sería igual de emocionante contar una historia en la que el ingeniero es encarcelado a través de un proceso penal con audiencias, debates y demás.
5. La soberbia de no hacer un acuerdo a tiempo (y luego, cumplirlo a tiempo). Eso se nota en una escena maravillosa donde el jefe de Rice le hace notar que el caso contra Shelton es débil y que debe aceptar la propuesta que este le hizo. El tema es que, con su soberbia, Rice lo rechaza. Pero siempre se puede estar peor: luego lo acepta y se demora en cumplirlo. Las consecuencias son espantosas.
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En fin, una película que, por más que tenga más de quince años, se puede ver y disfrutar. ¿Por qué es Law Abiding Citizen? Por la memorable escena en la que Clyde Shelton se defiende del pedido de prisión preventiva de la fiscalía. Digna de ver una y otra vez. Y lo hace solo, sin abogado, con sus propios conocimientos jurídicos.
Al final, la escena que cierra todo, en mi opinión, nos baja el mismo mensaje que El mago del Kremlin: lo que realmente importa no es el poder, el prestigio, el trabajo y demás, sino la familia.