Tercera semana de feria. Esto originalmente lo había escrito para otro ámbito, pero luego me di cuenta que a pesar de no ser una película jurídica, mi deformación profesional de ver en todo lo jurídico, hizo que se hiciera acreedora a esta entrada…

Fin de semana largo de carnaval. Mi hija del medio nos insistió en que la lleváramos a “un lugar genial, un lugar maravilloso”. Le prometimos ir al cine. Se cruzó en sus planes la fiebre, pero la pequeña, obstinada, le ganó. Mi esposa sacó las entradas para que, milagro del 2×1 mediante, pudiésemos ir toda la familia con mi suegra incluida: seis personas.
La película elegida fue Wonka (2023). ¿El día? Un lunes feriado. Mis expectativas con la película eran menos que cero. Alguna vez había visto de refilón Charlie y la fábrica de chocolate (2005) con Johnny Deep como protagonista, dirigida por Tim Burton. No sé por qué, pero nunca me llevé del todo bien con la extraña filmografía de este último. No hay feeling de manera completa. Sus películas en general me parecían extrañas, ya desde su temática o su estética. Su histórica Beetlejuice (1988) quizás la vi muy joven o su Batman (1989) me parecía muy oscura (obvio, es Batman, viejo). No sé, pero sí sé que siempre algo me quedaba en la memoria. Por ejemplo, Edward Scissorhands (1990) que compartí con mi mamá. Me pareció extraña, pero inolvidable. Eso sí, también oscura pero difícil de olvidar fue Batman Returns (1992), con esa estética noir y la schockeante escena para mí en la cual el malvado Pingüino (Danny DeVito) muere rodeado por sus pingüinos. Ahora que lo pienso, la mayoría de estas películas las vi de muy chico, probablemente en un descuido de mis padres. No me pareció graciosa Mars Attacks! (1996) y tampoco me gustó la oscuridad de Sleepy Hollow (1999). Evidentemente no me gusta la oscuridad. O le temo, no sé. Eso sí, amé Planet of the Apes (2001) y Big Fish (2003). Es más, creo que son de las películas que puedo volver a verlas, tranquilamente, varias veces y eso dice mucho.
En fin, muchas vueltas para decir que mis prejuicios con Tim Burton se trasladaron a Wonka, que no tiene nada que ver. La historia es una precuela a Charlie y la fábrica de chocolate. ¿Cómo hizo el joven Willy para transformarse en el famoso chocolatero dueño de la fábrica Wonka años después? Esa es la premisa de la película. Y no, no se preocupe que no hace falta que haya visto la primera para ver esta precuela. Eso sí, quizás le pase como a mí luego: le agarren ganas de verla. De hecho, efectivamente, la vi unos días después ante la insistencia de mis hijos.
Debo confesar que tampoco ayudó a mis nulas expectativas el hecho que tuviéramos que llegar al cine en medio de un diluvio torrencial típico de febrero. En fin, esas inexistentes expectativas se vieron superadas ampliamente por la película. Encima, quizás por una deformación de formación jurídica (sí, es raro, pero es así), me gustó mucho más porque le extraje al menos siete enseñanzas, recordatorios, consejos o como quiera llamarlos. Se los comparto, pero le advierto que hay, obviamente, algunos spoilers. Así que, si quiere, corte acá, vaya, vea la película y vuelva.
1) La innovación y la competencia
Para mí la película es una oda al capitalismo, a la innovación y a la competencia. Wonka aparece en la industria chocolatera con toda su innovación a cuestas. Es el empresario o emprendedor innovador. Por supuesto, cuenta a su favor con su magia. Sin embargo, no es bien recibido por los popes de la industria, que, básicamente son un cartel de corruptos prebendarios. Por supuesto, la Policía es retratada como una institución coimera, aunque en términos de chocolates.
En definitiva, la película nos recuerda que al innovador le va a costar imponer su innovación, pues a los que ya están afincados le asusta la competencia. Probablemente, cualquiera que quiera implementar un cambio, no solo deba luchar con los defensores del statu quo, sino también contra la corrupción que los abraza. En fin, la innovación cuesta y la competencia asusta. No se olvide.
2) Trabajo inteligente, no trabajo duro
Wonka no lee la letra chica de su contrato de hospedaje (esta es otra enseñanza: siempre lea la letra chica de los contratos, se lo digo como abogado) y termina con una deuda gigante a pagar con su trabajo en la lavandería. Sin embargo, no se desanima. ¿Qué hace? Pues usa al perro que en teoría debía ser el guardián vigilante de los empleados, para automatizar todo el proceso de lavado. Así, obtiene tiempo libre y puede seguir persiguiendo su sueño de ser el mejor chocolatero del mundo.
¿La lección? Bah, más que lección es un recordatorio: tenemos que aprender a trabajar de forma inteligente, no más dura. Por supuesto, eso requiere innovación también. Y automatización de todas las tareas repetitivas o aburridas que no nos interesan. Nos quedemos con las que nos gustan, con las que podemos hacer mejor que robots o computadoras o inteligencias artificiales. La vida es una sola para pasar gastándola en cosas que no nos suman. Innovemos, trabajemos de manera inteligente y recuperemos nuestro recurso más escaso: no, no es el dinero (que va y viene), sino el tiempo, que se va para no volver.
3) Capacidades y enseñanzas
Cuando Wonka va caminando con la pequeña Noodle por el zoológico, se produce un diálogo maravilloso. La niña ve a los flamencos. Extrañada, pregunta por qué no se van volando. Wonka le responde que no sabe, que tal vez no se les ha ocurrido. “¿En serio?” Es la respuesta/nueva pregunta de Noodle. “Sí, es la cosa con los flamencos. Tienes que enseñarles qué hacer” cierra Wonka, mientras siguen atravesando el zoológico en busca de la jirafa.
A veces nosotros somos los flamencos y otras veces somos los que les enseñamos qué hacer a los flamencos. Sí, muchas veces no somos conscientes de nuestras capacidades, de nuestros talentos, de todo lo que podemos hacer. Tal vez estemos en otra. O estemos muy golpeados para vernos. No sé, pero es claro que a veces son los otros los que nos muestran las posibilidades, los caminos que tenemos en frente nuestro. E insólitamente, a veces somos nosotros los que lo hacemos con otros.
4) La corrupción y las prioridades
Wonka en una parte de la película se mueve por las alcantarillas de la ciudad para ir vendiendo chocolates por doquier y escapar rápidamente de la corrupta Policía, que defiende al cartel del chocolate. Cuando el Jefe de Policía descubre el modus operandi, exige que haya un hombre de la fuerza en cada alcantarilla de la ciudad. La pregunta razonable de un subordinado es elocuente: “¿No tenemos que resolver los homicidios primero?”. Sin embargo, la respuesta es inolvidable: “No, esta es la prioridad”.
La verdad que esto nos enseña que la corrupción afecta, distorsiona e incluso destruye las prioridades de cualquier actividad. En este caso puede ser la persecución penal, pero puede ser ejemplificada con cualquier otra área del gobierno, la empresa u organización que elija.
5) El altruismo y el egoísmo
Wonka y Noodle están por ahogarse en una bóveda de chocolate. Sí, están por morir ahogados por litros de chocolate. ¿Quién los salva? ¿Algún amigo? ¿Alguien a quien hayan ayudado antes? ¿Un buen samaritano? No, de ninguna manera. Los salva la némesis de Wonka, Lofty, un Oompa Loompa (hombrecillo pequeño de color naranja y pelo verde), que durante años le ha robado el chocolate a nuestro héroe (aunque según su visión, está simplemente cobrando la deuda generada por Wonka cuando este robó el cacao de su país).
¿El altruismo nos salvará? No, el egoísmo será quien lo hará. Solo así se entiende que sea Lofty quien salva a Wonka. No lo hace porque lo quiera, sino por su propio interés: solo con su deudor vivo podrá llegar a cobrar su deuda.
Sí, es una lección dura, más a tono con las ideas de Adam Smith en su La riqueza de las naciones (1776) que con la solidaridad, el humanismo y el altruismo de la corrección política que impera en la actualidad.
6) La importancia de cumplir la palabra empeñada
Wonka a lo largo de toda la película se toma muy en serio el cumplimiento de su palabra. Honra los tratos y cumple las deudas. Con todos. Lo hace con Noodle cuando le promete una dotación de chocolate gratis de por vida y encontrar a su madre. Lo hace con el Oompa Loompa Lofty cuando entiende que al arrancar el cacao de su país generó una deuda. Lo hace con la Sra. Scrubbit a pesar de haber firmado un contrato leonino, pues le paga su deuda. Y también cumple con todos sus compañeros de la lavandería, pues los libera de sus deudas. Solo incumple su parte del trato con el cartel del chocolate cuando este incumplió, al tratar matarlo. Sí, es una aplicación de la exceptio non adimpleti contractus o excepción de incumplimiento: yo incumplo mi obligación porque la otra parte incumplió la suya.
La importancia de cumplir la palabra empeñada, los contratos, los plazos y demás, parece ser un poco old style en este mundo tan vacío, frágil, volátil y cambiante. Sin embargo, debemos aprender de Wonka. Al fin y al cabo, su cumplimiento honroso de los contratos le permite terminar sumando a Lofty, su ex acreedor, como futuro empleado y socio en su fábrica de chocolate.
7) Hay una sola cosa que hacer
Noodle es a Wonka lo que el realismo al idealismo: lo baja de un hondazo del mundo de las ideas y lo enchastra en el barro de la realidad. “La codicia abusa de la pobreza. Así funciona el mundo” dice la niña, en algún punto con más pesimismo que realismo, pero con una simplicidad y dureza que asustan. Wonka no se desanima. “Entonces solo hay una cosa que hacer. Cambiar el mundo”.
Y no, para cambiar el mundo no es necesario conquistarlo, como decía Cerebro cada noche que Pinky le preguntaba qué iban a hacer. No se abrume. ¿Cambiar el mundo es demasiado? Pues siga el consejo que Mahatma Gandhi no dijo y sea usted el cambio que quiera ver en el mundo. ¿Está en tribunales? Tal vez debería pensarlo igual.
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